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lunes, 15 de noviembre de 2010

ALCIBÍADES GONZÁLEZ DELVALLE - LA HEGEMONÍA COLORADA (1947-1954) / COLECCIÓN LA GRAN HISTORIA DEL PARAGUAY, Nº 12 © Editorial El Lector - 2010.



LA HEGEMONÍA COLORADA (1947-1954)
Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
COLECCIÓN
LA GRAN HISTORIA DEL PARAGUAY,  Nº 12
© Editorial El Lector
Director Editorial: Pablo León Burián
Coordinador Editorial: Bernardo Neri Farina
Director de la Colección: Herib Caballero Campos
Diseño de portada: Celeste Prieto
Diseño Gráfico: César Peralta G.
Corrección: Nidia Campos
Portada: El General Higinio Morínigo dirigiendo
operaciones durante la Guera Civil de 1947,
Colección Bernardo Neri Farina
Fotografías: Museo e Instituto de Historia Militar de Asunción
y Biblioteca Nacional de Asunción.
Hecho el depósito que marca la Ley 1328/98
I.S.B.N. 978-99953-1-084-4
El Lector I: 25 de Mayo y Antequera. Tel. 491 966
El Lector 11: San Martín c/ Austria.
Tel. 610 639 - 614 258/9
Esta edición consta de 15 mil ejemplares
Asunción – Paraguay (2010 – 133 páginas)


CONTENIDO
PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN
LA BÚSQUEDA AFANOSA DEL PODER : El coloradismo en la Revolución de febrero / El despegue del franquismo / Una convención tumultuosa / Muerte del general José Félix Estigarribia / Morínigo, presidente constitucional / La primavera democrática / ¿Serán elecciones libres y justas? Factores favorables. Factores desfavorables / Maniobras recientes / La posición del Presidente
POSICIÓN DE LOS GRUPOS Y PARTIDOS POLÍTICOS : Partido Liberal / Partido Colorado / Franquistas o febreristas / Comunistas / Planes del Gobierno para organizar un partido obrero-campesino / Morínigo reafirma su autoridad como presidente / El gobierno de Coalición / Se derogan las medidas restrictivas / Las colisiones de la coalición
CONCEPCIÓN SE LEVANTA EN ARMAS : La batalla de Tacuatí / Desprendimiento de Concepción
LA HEGEMONÍA COLORADA : Juan Manuel Frutos (3 de junio - 15 de agosto de 1948) / Natalicio González (15 de agosto de 1948 - 30 de enero de 1949) / General Raimundo Rolón (1 al 26 febrero de 1949) / Dr. Felipe Molas López (27 de febrero al 11 de setiembre 1949) / Dr. Federico Chaves (11 de setiembre de 1949 al 4 de mayo de 1954)
EL AUTOR
FUENTES CONSULTADAS



PRÓLOGO
Este libro se ocupa de un proceso más que polémico de la historia paraguaya, el que abarca desde el inicio de la Guerra Civil de 1947, hasta la caída de FEDERICO CHÁVEZ.
ALCIBÍADES GONZÁLEZ DELVALLE es el más destacado conocedor de los acontecimientos acaecidos durante los años 40 y 50, período que marcó indeleblemente al Paraguay durante la segunda mitad del pasado siglo.
El libro está escrito de tal forma, que el lector se encuentre con las circunstancias que permitieron el desarrollo del proceso por el cual el Partido Colorado accedió a las altas esferas del poder de la República. Es por ese motivo que el autor inicia su análisis desde varios lustros antes permitiendo al lector comprender a cabalidad como las coyunturas permitieron el inicio de la hegemonía colorada.
Dicho proceso se encuentra documentado por el autor, quien va demostrando las acciones, posiciones y discusiones que se daban en el seno de la Asociación Nacional Republicana desde la llanura con el objetivo de llegar al poder, en este sentido afirma que "En su afán por regresar al poder, el Partido se metía en conspiraciones, a veces, y otras, en legítimos medios democráticos. En cualquiera de los casos, el resultado era la frustración". Dicha frustración concluyó por una serie de factores el 13 de enero de 1947, con el apoyo del entonces Presidente General Higinio Morínigo, y en respuesta a dicha   acción las demás agrupaciones políticas y el ejército se levantaron en armas iniciándose la última guerra civil que se recuerda en la historia paraguaya.
El autor explica con claridad los motivos que coadyuvaron a la victoria del gobierno colorado. Así mismo describe la realidad del país tras finalizar tan doloroso enfrentamiento.
Estima en miles de muertos y exiliados y una sociedad dividida en vencedores y vencidos, odiosa fractura que pervivió por décadas.
Así mismo en la última parte de la obra, el autor analiza los primeros gobiernos de la hegemonía colorada, y las obras emprendidas por los mismos, además de mostrarnos la terrible disputa interna entre los democráticos y guiones rojos por el poder recién adquirido. De esa forma algunos Presidentes de la República permanecieron en el Palacio de Gobierno por algunos meses y otros incluso por escasos días.
El conocimiento del autor así como su capacidad de comunicar en forma sintética tan complejo proceso proporciona al lector las claves que le permitirán una mejor comprensión de la política paraguaya en la segunda mitad del siglo XX, por sobre todo la instauración de un régimen autoritario que gobernó durante más de tres décadas.


INTRODUCCIÓN
Mucho antes de que la política partidaria se instalara en nuestra sociedad, los políticos habían marcado el camino de una actividad que tantos dolores de cabeza habría de causarnos. Y no por culpa de la política que supone la mejor herramienta conocida para satisfacer las aspiraciones del pueblo.
Dicho camino está colmado de prácticas astutas, inescrupulosas, egocéntricas. Se entiende, entonces, que en muchos tramos de nuestra historia los partidos políticos estuviesen distanciados de la sociedad resignada a contemplar, y a sufrir muchas veces, no sólo a los partidos hegemónicos sino a movimientos políticos hegemónicos que se remontan a los orígenes mismos de nuestra contienda cívica.
Meses antes de finalizada la Guerra de la Triple Alianza, y con evocación de la Revolución Francesa, en Asunción se crearon los "Clubes", como anticipo a los partidos políticos. El 31 de marzo de 1869, cuando López, ya derrotado se afanaba aún en sobrevivir, se fundó el Club Unión Republicana, con hombres de la Legión Paraguaya y la Asociación Paraguaya. La Legión, compuesta por los paraguayos llegados de la Argentina que combatieron a López, y la Unión Republicana, por quienes lo habían defendido.
Tres meses después, el 26 de junio de 1869, se fundó el Club del Pueblo, que contó tal vez con el más talentoso hombre de su tiempo, José Segundo Decoud. Este Gran Club, de tendencia  liberal, tendría una enorme gravitación en la vida política hasta  la sanción de la Constitución.
El 23 de marzo de 1870 -nueve meses después de fundado el Club del Pueblo - se fundó el Gran Club del Pueblo, una nucleación netamente liberal, integrada, entre otros, por algunos nombres que tendrían enorme influencia en el futuro como Juan Silvano Godoi, Mateo Collar, Facundo Machaín, José Segundo Decoud, su hermano Juan José Decoud, Salvador Jovellanos, Benigno Ferreira.
La reorganización tuvo por objetivo las elecciones previstas para el 3 de julio de 1870. Este Gran Club del Pueblo se hizo de un diario, "La Regeneración", en el que exponían sus ideas liberales para la futura Constitución, inspiradas en los constitucionalistas norteamericanos.
Al día siguiente, o sea, el 4 de julio de 1870, los opositores al Gran Club del Pueblo, nucleados en Unión Republicana, fundaron el Club del Pueblo, integrados, entre otros, por Cándido Bareiro, los hermanos Cayo y Fulgencio Miltos, Juan Bautista Gill, todos ex combatientes en el ejército de López.
Estos son los antecedentes inmediatos de los dos grandes partidos que serían tales 17 años después, o sea, en 1887 y que ejercerían la hegemonía, naturalmente en tiempos distintos, por muchos, azarosos y continuados años.
Estas actividades fundacionales se dieron en una sociedad sin antecedentes políticos; sin ninguna experiencia en el debate, la discusión, la defensa o el ataque de propuestas ideológicas de ningún orden. Una sociedad moldeada por el autoritarismo del Dr. Francia; por otro más benigno, pero igualmente autoritario, de Carlos Antonio López seguido por el Mariscal López hasta su muerte en Cerro Corá. Estos autoritarismos, desde el día de la Independencia -no incluyo los de los tiempos coloniales- no conocieron de pausas por espacio de 60 años.
Frente a una sociedad con estos antecedentes no podía sino instalarse estos dos extremos: la indiferencia o el ardor acerca de las gestiones gubernativas. A estos hechos debe agregarse un escenario totalmente nuevo: los jóvenes formados en la Argentina que se integraron o reintegraron al país con una visión, lógicamente muy distinta, a la sostenida por el resto de los ciudadanos con una educación muy limitada, poco informada de lo que acontecía o se pensaba más allá de la frontera.
Los paraguayos, o hijos de paraguayos que abandonaron el país a la fuerza, se encontraron con una tarea enorme por hacer en todos los órdenes. Representaban el modernismo, el dinamismo, la savia nueva, en una sociedad arcaica agravada por la descomunal tragedia de la que procuraba salir por sus propios y muy limitados medios.
Con la autorización de la fuerza de ocupación -nada se podía hacer sin su visto bueno - el 5 de agosto de 1869 se eli-gió, a iniciativa de los sobrevivientes de la Legión Paraguaya, un triunvirato para administrar el país bajo la vigilancia de los victoriosos. El triunvirato estuvo compuesto por Carlos Loizaga, Cirilo Antonio Rivarola y José Díaz de Bedoya, quienes empezaron su tarea el 15 de agosto de 1869 hasta el 31 de agosto de 1870.
Casi a un mes de instalado el Triunvirato, el 10 de setiembre da a conocer un manifiesto que expresa con crudeza la realidad del país. Copio algunos párrafos:
“...millares de paraguayos, de ambos sexos, de toda edad y condición se desprenden de las sierras y montes, afluyendo en interminables caravanas a los caminos reales que conducen a esta capital.
"Estos mismos caminos van quedando cubiertos de cadáveres de infelices que sucumben antes de llegar a los puntos y primeras estaciones (...) Jamás pueblo alguno fue tan cruelmente martirizado, ni ofreció un ejemplo semejante pero los sentimientos humanitarios crecen en proporción, y se hallan a la altura de tantos padecimientos"
El manifiesto es extenso. Los últimos párrafos están dedicados a la idea que se defendería en la Asamblea Constituyente: "Que la libertad del pensamiento y de la prensa -dice - que fueron el derecho exclusivo del gobierno sea el patrimonio de todo un pueblo.
"Que las puertas del Paraguay cerradas y fiscalizadas, sean abiertas de par en par a todos los hombres del mundo que quieran residir entre nosotros, comerciar, ejercer su industria, su culto y sus artes, libremente.
"Que la tierra clásica de la tiranía, del monopolio y de la restricción, lo sea de la expansión convirtiéndose en foco de todas las libertades conquistadas por la civilización y ya que el Paraguay es el último país de la América que se organice en la condición de pueblo libre, sea el primero en constituirse consagrando en su código todas y cada una de las libertades de que gozan las demás naciones...".
Estas ideas, típicamente liberales, serían consagradas en la Constitución. Pero del dicho al hecho...
El Triunvirato llamó a la ciudadanía, el 3 de mayo de 1870, a una Convención Constituyente para el 15 de agosto del mismo año. Para llegar a ella, hubo un intento de que los Clubes se unieran. No fue posible. En este intento se echaron las bases de lo que caracterizaría la vida partidaria en nuestro país en varias etapas de su historia: la astucia, la mala fe, la intolerancia, el insulto desmedido.
La reunión tenía que haberse realizado el 7 de mayo de 1870 en el Teatro Nacional. De acuerdo con la denuncia de los dirigentes del Gran Club del Pueblo, o Partido Liberal, cuando éstos llegaron ya no había asientos disponibles. Fueron copados por los del Club del Pueblo, o Bareiristas.
Benigno Ferreira, titular del Gran Club, en nombre de la libertad de expresión que su partido quería extender para todos los habitantes, firmó un manifiesto que también fue fundacional en la nueva era: estaba cargado de encendidas palabras, de pasiones que ahogaron la razón.
Copio algunos párrafos:
"El Petit Club López -así llamaba al Club del Pueblo por su presidente, Cándido Bareiro, y otros miembros ex combatientes - no quiere la unión. El Gran Club la buscó, franca y lealmente.
"Caiga sobre los anarquistas la maldición de todos los que aman nuestra querida patria".
"El pueblo paraguayo, sumiendo en el polvo la maldita frente de los tiranos, no ha de permitir que, nuevos verdugos vengan a hacer correr la sangre de nuestros hermanos".
"El día de las elecciones triunfará el pueblo, porque ya conoce a sus nuevos y pretendidos déspotas, para relegarles al más soberano desprecio".
"En vano las artimañas y trampas del Petit Club López, se pondrán en juego para falsear las elecciones".
Días después, en otro manifiesto firmado también por Benigno Ferreira, leemos:
"Bareiro representa la tiranía, su pasado es negro, sus antecedentes pérfidos. No lo dudéis, amados conciudadanos. En Bareiro está encarnado lo más odioso del despotismo; criado y educado por López, además de ser su pariente, defiende en nuestro país y ha defendido en el extranjero la muerte y exterminio del Paraguay".
"Paraguayos: ya estáis avisado. Bareiro os ofrece la horca en su proclama para cuando llegue su dominio. No lo dudéis: ha de cumplir; la sangre que corre por sus venas es del maldito López".
Los "bareiristas", aunque no presentaron la otra mejilla, acudieron a expresiones más bien tibias frente a las encendidas de sus adversarios. Valgan estos párrafos:
"Esos pocos ilusos, esos falsos hermanos, sin opinión, sin prestigio, sin medios de acción, pretenden lanzarnos del seno de la Patria, negarnos el agua y el fuego; ellos, que no concurrieron jamás al sostén de sus hermanos, ellos que, en ningún tiempo, lucharon más que por sus intereses particulares". "Valiéndose de un arma gastada, nos llaman Lopiztas, y quieren imponernos su voluntad, cuando no cuenta con otras voluntades sino con las de vosotros, que en cumplimiento de vuestros deberes vertísteis vuestra sangre, para contribuir a darles a ellos la Patria que hoy quieren para ellos solos".
En ningún momento en esta, ni en otra respuesta, se utiliza el "legionarismo" como sinónimo de traición a la patria como se haría mucho más adelante de manos de Juan E. O´Leary, retomado después por el stronismo contra los liberales y contra cualquier otro adversario.
Los miembros del Club del Pueblo más bien se defendían del hecho de haber participado en la Guerra a las órdenes de López. Se entiende. López acababa de morir y la patria estaba en manos de sus verdugos.
Hasta bien entrado el siglo XX, el grupo político hegemónico se sustentaba en el antilopizmo. Al término de la guerra, la sociedad paraguaya, o por lo menos una gran parte de ella, se sintió como avergonzada -o la hicieron sentir - por haber sido la protagonista de un acontecimiento singular del que no tuvo una exacta conciencia sino mucho tiempo después.
En el manifiesto del grupo de Cándido Bareiro se acusa al adversario de querer la patria "para ellos solos". Esta frase define con exactitud el drama que la sociedad paraguaya habría de padecer en toda su historia frente a los partidos políticos homogéneos: cada uno de éstos ha querido la patria para sí mismo, para valerse de ella, para vivir de ella, para someterla a sus intereses con exclusión de los intereses de los demás.
Esta idea de una patria particular, privada, es la que ha incubado y sostenido las dictaduras abiertas o solapadas. Uno no sabe cuál es peor: si la dictadura asumida o la que se presenta con la piel de la democracia. De todos modos, las consecuencias son las mismas: una sociedad golpeada, humillada, sin iniciativas, que mira desde su ventana entreabierta los hechos más escandalosos, como la corrupción, la arbitrariedad, el uso de la justicia para las injusticias, etc.

LA CONSTITUCIÓN DE 1870

El 3 de mayo de 1870 el Triunvirato llamó a la ciudadanía a una Convención Constituyente para el 15 de agosto del mismo año. Los candidatos del Gran Club del Pueblo ganaron por amplia mayoría a los del Club del Pueblo o "Bareirista".
Los convencionales dieron al Paraguay su primera Constitución Democrática Liberal. Quedó consagrada la libertad política, económica y social sin la tutela del Estado. Estuvo inspirada en los principios básicos enunciados en la Declaración de Independencia de los EE.UU. y su Constitución. Pronto surgieron las críticas centradas en que no era una Constitución para el Paraguay del momento, sino para un país política, económica, cultural y socialmente desarrollado.
El mismo José Segundo Decoud, uno de los principales redactores, escribió siete años después:
"...Es indispensable la reforma de la Constitución, medida que ya se ha venido indicando por la prensa en reiteradas ocasiones y que responde a una necesidad sentida. Esta reforma constitucional es reclamada imperiosamente por las circunstancias aún angustiosas porque cruza el país y es aconsejada por la prudencia y el patriotismo. Nuestra Constitución, por su poca originalidad, adolece de más defectos que ninguna otra, y es natural que enmendemos sus errores haciéndola más adaptable y práctica a nuestro modo de ser. De qué sirvieron las más bellas instituciones, si no se comienza por educar al pueblo y prepararle para el ejercicio de sus derechos. No basta tener una magnífica Constitución escrita, es necesario que ella esté también incrustada en el corazón del ciudadano...".
Por esa época, el médico, psicólogo y sociólogo francés, Gustavo Le Bon, trabajaba para su conocida obra Psicología de las multitudes, que la daría a conocer en 1895. Según Le Bon, el conjunto de caracteres comunes que impone la herencia a todos los individuos de una raza, constituye el alma de esa raza, que es el factor fundamental del proceso histórico. Es ella -dice - la que determina la evolución histórica, las transformaciones políticas y sociales, las instituciones, las artes, las ciencias; en una palabra, toda la esfera de las formas ideológicas".
Si vamos a creer en el alma de la raza -tema del que se había ocupado Manuel Domínguez- es posible entonces que la Constitución de 1870 no tuviera en cuenta nuestra "evolución histórica". Tal vez por ello -o sin tal vez- no fue decisiva para las "transformaciones políticas y sociales" que habían pretendido los convencionales de 1870 a juzgar por sus resultados.
La Carta Magna fue sancionada el 24 de noviembre. El mismo día, la Convención constituyó el Colegio Electoral que eligió a Facundo Machaín Presidente del Primer Período Constitucional. Antes de 24 hs. el Dr. Machaín fue derrocado y sustituido por Cirilo Antonio Rivarola. La brevedad de este tiempo "democrático", la frustración del período legal, marcarían para siempre a los Presidentes de la República en lo que restaba el siglo XIX y todo el siglo XX. El término medio era sólo de dos años y meses de mandato de los presidentes. El cambio de gobierno, ya se sabe, -y máxime cuando obedece a hechos violentos- trae consigo innumerables nuevos problemas nacionales.
Este es el inicio, brevemente expuesto, de nuestra vida cívica. Un mal comienzo no tiene porque necesariamente seguir siendo malo. Siempre hay tiempo para corregirlo, mejorarlo, enmendarlo. El problema es que los partidos políticos, junto con sus movimientos, no se hicieron de ese tiempo para la reflexión serena, para "el mea culpa", para el salto adelante.
Por casi 30 años el "caballerismo", es decir, el Partido Colorado, mantuvo su hegemonía hasta 1904, año en que se produce el levantamiento liberal. Para ello, se unieron las dos grandes fracciones, cívicos y radicales, que pronto, desde el poder, habrían de enfrentarse incluso con varios levantamientos armados de trágicas consecuencias para el país.
Los mismos redactores de la Constitución, o quienes habían jurado su cumplimiento, pronto se olvidaron de su contenido "democrático y libertario". Frente a los desmanes de los caudillos, al resto de la sociedad sólo le quedaba mirar y sufrir impotente la violación de sus más elementales derechos.
La hegemonía liberal llegó a su fin con la revolución de febrero de 1936. Aunque año y medio después retomó el poder, ya había perdido su antiguo vigor, incluso para las peleas. En total, casi cuatro décadas de hegemonía. Después serían 60 años del Partido Colorado.



FUENTES CONSULTADAS
*. Amaral Raúl, 1994, Los presidentes del Paraguay, Asunción, Bibliotecas de Estudios Paraguayos - volumen 50
*. Araujo Bartolomé, sin año de edición, Guerra civil del Paraguay,1947, Buenos Aires, Ed. del autor
*. Artaza Policarpo,1988, Ayala, Estigarribia y el Partido Liberal, Asunción, Narciso F. Palacios, Editor
*. Ashwell Washington, 1996, Historia Económica del Paraguay, Asunción, Ediciones y Arte
*. Ashwell Washington, 2007, Concepción 1947, Asunción, Servilibro
*. Barcena Echeveste Oscar, 1983, La revolución de Concepción de 1947, Asunción, El Lector
*. Bonzi Antonio, 2001, Proceso histórico del Partido Comunista Paraguayo, Asunción, Arandura
*. Bray Arturo, 1981, Armas y letras, Asunción, Ed. Napa Ceuppens Henry, 2003, Paraguay ¿un paraíso perdido?, Asunción, Ed. del autor
*. Duré Franco Sixto, 1987, La revolución de 1947 y otros recuerdos, Asunción, Ed. Histórica
*. Ferreira Saturnino, sin año de edición, Proceso Político del Paraguay, volúmenes I, II y III, Asunción, El Lector Figueredo Federico, 2000, Adiós a mi carrera, Asunción, Ed. del autor
*. Galeano Alfredo, 1990, Recuerdos y reflexiones de un soldado, Asunción, Criterio Ediciones
*. Gaona Volta, 1988, La revolución del 47, Asunción, Imprenta Militar
*. González Delvalle Alcibiades, 1987, El drama del 47, Asunción, El Lector
*. González Natalicio, 1982, Vida y pasión de una ideología, Asunción, Napa
*. Grow Michael, 1988, Los Estados Unidos y el Paraguay durante la Segunda Guerra Mundial, Asunción, Ed. Histórica Hemeroteca de la Biblioteca Nacional
*. Méndez Epifanio, 1989, Lo histórico y lo antihistórico en el Paraguay, Asunción, Intercontinental Editora
*. Pampliega Amancio, 1984, Misión cumplida, Asunción, El Lector
*. Pangrazio Miguel Ángel, 2000, Historia política del Paraguay, Asunción, Intercontinental Editora
*. Ramos Alfredo, 1985, Concepción 1947, La revolución derrotada, Asunción, Ed. Histórica
*. Seiferheld Alfredo, 1988, Conversaciones político-militares, Asunción, Ed. Histórica
*. Seiferheld Alfredo, De Tone José Luis, 1987, La caída de Federico Chaves, Asunción, Edit. Histórica
*. Vitone Luis, 1975, Dos siglos de política nacional, Asunción, Dirección de Publicaciones de las Fuerzas Armadas
*. Zamorano Carlos, 1992, Paraguay insurreccional del siglo XX, Buenos Aires, Ediciones Sapucai.


ARTÍCULOS PUBLICADOS EN ABC COLOR:


UNA MASACRE CORONÓ LA CRUEL GUERRA CIVIL DEL 47
La guerra civil que asoló el país entre marzo y agosto de 1947 fue en verdad uno de los pasajes más oprobiosos de nuestra historia contemporánea. La misma acabó en una masacre en la que se asesinaron incluso a héroes de la Guerra del Chaco.
Alcibiades González Delvalle, en su libro “La hegemonía colorada 1947-1954”, rememora esos hechos. El libro aparecerá este domingo con el ejemplar de ABC Color, en el marco de la Colección La Gran Historia del Paraguay, editada por El Lector. He aquí un pasaje del libro que habla, justamente, del final de aquella contienda fratricida.
En la segunda quincena de marzo –la reseña se basa en el libro de uno de los jefes de la revolución– se iniciaron las operaciones militares desde Puerto Ybapobó, sobre el río Paraguay, a 60 kilómetros al sur de Concepción. El objetivo era destruir o rechazar las unidades del Gobierno concentradas en la zona de San Pedro y luego continuar hacia el sur en dirección a la capital del país.
La intención fue rechazada por las fuerzas de Morínigo, muy superiores en armas y hombres, que pasaron a la ofensiva en los primeros días de mayo. Se replegaron en dirección a Punta Rieles, Ybapobó, y hacia el pueblo de Tacuatí –90 km al Este de Concepción– amenazando envolver a los revolucionarios. Los gubernistas concentraron una parte importante de sus fuerzas en la zona de Tacuatí, que luego habría de caer en poder de los revolucionarios, comandados por el coronel Ramos. El éxito se tradujo en 200 prisioneros y la apropiación de armas pesadas y livianas.
El coronel Ramos quiso continuar con las acciones en busca de nuevas victorias, pero el Comando no pudo, por la escasez de armas, proporcionarle más combatientes. Otra hubiera sido la situación, por lo menos en esta fase inicial, si hubiera prosperado la conspiración en la Marina, ahogada a balazos, el 27 de abril de 1947.
Mientras se producía la batalla de Tacuatí, llegó a Concepción el ex embajador del Brasil en el Paraguay, Francisco Negrão de Lima, para mediar en el conflicto. La intransigencia de las partes hizo fracasar sus buenas intenciones.
Después de Tacuatí, y con el correr de los meses, las fuerzas de Morínigo comenzaron a atacar con el propósito de acabar con los revolucionarios en Concepción. Las recias luchas –con importantes pérdidas humanas y materiales– extendieron por el país y el exterior los nombres de las comunidades que fueron escenarios de los enfrentamientos, como San Pedro, Piripicú, Horqueta, río Ypané, río Jejuí. Cuando Belén –a 20 kilómetros de Concepción– cayó en manos gubernamentales, los revolucionarios entraron en pánico. Solo disponían de 2.300 combatientes para enfrentar a más de 8.000 “leales” que estaban rodeándolos.
Las fuerzas revolucionarias pasaban por su momento más crítico.
El coronel Ramos lo describe así: a) la proximidad de las líneas de defensa de Concepción podían ser perforadas en cualquier momento y lugar; b) las reservas de víveres daban para 30 días.
La zona que aún quedaba bajo el control revolucionario era de escasa producción; c) las comunicaciones terrestres con el Brasil estaban prácticamente cortadas, restando únicamente el río Paraguay para transportar las escasas provisiones que podían adquirir en la frontera. En adelante, solo de Puerto Murtinho. En esta tarea tendría que emplearse cinco días de transporte fluvial; d) lo que se consiguiera sería insuficiente para alimentar a las tropas y a la gran cantidad de refugiados que se albergaba en la ciudad; e) el problema más grave: la desmoralización que había cundido y que tomaba cuerpo en ciertas unidades que podría traducirse en una masiva deserción.
Frente a estos hechos se tomó la decisión de echarse al río Paraguay y llegar a Asunción con todas las embarcaciones disponibles, independientemente de su tamaño.
Después de la medianoche del 31 de julio de 1947 los revolucionarios se desprendieron de Concepción.
Los puertos ribereños estaban casi desprotegidos, pero aun así hubo algunos hostigamientos gubernistas que causaron bajas, como la herida del coronel Alfredo Ramos.
Hacia mediados de agosto, los rebeldes llegan a los alrededores de Asunción. El día 15 de agosto, los gubernistas –después de un gran susto parecido a la desesperación– atacan con ametralladoras pesadas, livianas, morteros, oportunamente llegados de la Argentina.

23 de Junio de 2010



ENTRE 1947 Y 1954 PARAGUAY FUE UN CAOS A NIVEL POLÍTICO - LA HEGEMONIA COLORADA TRAS LA CRUENTA GUERRA CIVIL
“La hegemonía colorada 1947-1954”, de Alcibiades González Delvalle, es un libro que retrata una de las eras más caóticas y anárquicas que viviera la república: la que siguió a la revolución de 1947, que terminó por instaurar verdaderamente en el poder al Partido Colorado. Tras la guerra civil en la que triunfaron, los colorados se dedicaron a una tarea de canibalismo interno que los dividió profundamente y sumió al Paraguay en un atraso económico y social tremendo.
Entre 1947 y 1954 se sucedieron siete presidentes: el general Higinio Morínigo, Juan Manuel Frutos, J. Natalicio González, general Raimundo Rolón, Felipe Molas López, Federico Chaves y Alfredo Stroessner. Solo este último lograría la estabilidad para gobernar realmente el país.
El libro de referencia, con detalles muy específicos de aquella época, será puesto a consideración del público el próximo domingo, con el ejemplar de ABC Color. Este volumen es el número 12 de la Colección La Gran Historia del Paraguay, editada por El Lector y que cuenta con un total de 20 libros.
En el siguiente extracto del libro de González Delvalle se puede notar a las claras cómo estaba pendiente el país de los vaivenes en la interna de la Asociación Nacional Republicana.
Y en medio de la lucha feroz en el interior del Partido, a la población no le quedaba más remedio que mirar con resignación a sus autoridades nacionales destrozándose en las alturas.
Frente a los hechos, se alzaba el rumor que muchas veces dañaba más el ánimo de la ciudadanía que los mismos acontecimientos.    El rumor, la delación, la intriga, la difamación formaban parte de la “política” para mantenerse en el gobierno o ascender a él.
En este juego diabólico se avasallaban los más elementales principios de decencia, de respeto, de consideración, de humanidad.
La población nada podía esperar ni de la Policía ni de las Fuerzas Armadas. Estaban igualmente encabezadas por militares políticos o políticos militares o policiales.
Las jerarquías estaban de patas para arriba. Un teniente, o un oficial, podía levantar a su unidad. Si algún éxito se vislumbraba en la subversión, el inspirador rápidamente conseguía la ayuda de sus jefes. En esta atmósfera, resultaba imposible esperar que el país avanzase ni un paso.



El mariscal José Félix Estigarribia, durante el desfile de la Victoria,
fue el impulsor de la Constitución de 1940.


EL PAÍS DEPENDÍA DEL PARTIDO
La salud, la educación, las fuerzas productivas, toda la actividad nacional dependía de la Junta de Gobierno del Partido Colorado, donde se trazaba el camino que debían seguir las autoridades nacionales. Pero también la Junta de Gobierno era de una inestabilidad sorprendente traducida, desde luego, en las gestiones gubernamentales.
Influyentes miembros de la Junta aparecían, de pronto, desalojados del Partido y del país. Su regreso suponía que les llegó el turno de la caída a quienes estaban arriba. La venganza sustituía a la doctrina partidaria.
Hablábamos de la educación. En qué momento se podría implementar un plan educativo cuando el ministro y sus inmediatos subalternos tenían que vivir equilibrados a la cuerda para mantenerse en ella, o empujar a los otros. Y así con la salud, la industria, la justicia, etc.
En sus largos años de llanura el Partido Colorado luchó con denuedo por la democracia, por su participación en las actividades nacionales, por la Convención Nacional Constituyente y muchas otras cuestiones. Pero ya dueño del poder, hizo exactamente lo mismo que había criticado desde la oposición.
Cuando el general Estigarribia impuso su Carta Política en 1940, el Partido Colorado la denunció con energía por dictatorial. Se pasaba, con razón, pidiendo la libertad de prensa ante las reiteradas clausuras de sus voceros. Expresaba con fuerza su disgusto por el uso arbitrario, del Estado de sitio. Daba la impresión de que cuando se hiciera del poder rectificaría todo.

24 de Junio de 2010



LIBRO APASIONANTE SOBRE LA HEGEMONÍA COLORADA
“La hegemonía colorada 1947-1954”, de Alcibiades González Delvalle, es el libro que la Colección La Gran Historia del Paraguay pondrá en circulación mañana sábado con el   ejemplar de ABC Color. Esta es una obra apasionante que trata sobre un periodo poco conocido y que se revela aquí en todas sus facetas.
El mismo Alcibiades, en esta entrevista, se refiere a una etapa de esos tiempos, reflejada en su libro, que es el número doce de esta serie editada por El Lector.
–¿El gobierno de Morínigo fue incorporando antes de 1947 a colorados en su gobierno?
–Sí, fueron muchos los colorados llamados por Morínigo a colaborar con su gobierno. Eran, principalmente, los llamados “colaboracionistas” –encabezados por Natalicio González– que tenían la convicción de que solo acercándose al poder podrían, en algún momento, quedarse enteramente con él. Los “abstencionistas”, en cambio, tenían otra idea: la presencia colorada serviría para legitimar una dictadura militar. Los colorados que colaboraron con Morínigo –al igual que con Gobiernos anteriores– lo hacían sin el consentimiento de la Junta de Gobierno. O sea, a título personal pero, de todos modos, no podían sacarse de encima su afiliación.
–¿Cuál era el discurso del Partido Colorado en la oposición? 
–En la llanura –que fue prolongada y ajetreada– el Partido Colorado predicaba por todos los vientos la libertad de prensa. Voces recias se alzaban indignadas cuando la Policía –de cualquier gobierno– clausuraba sus publicaciones y apresaba o enviaba al exilio a sus periodistas. Pedían a gritos que se instalara la Convención Nacional Constituyente frente, por ejemplo, a la de Estigarribia, de 1940. Se desgañitaban en favor del respeto a la pluralidad de opinión, que significaba, entre otras cuestiones, que ningún ciudadano, y colorado en particular, fuese reprimido por sus ideas. Pedían también, entre otros muchos asuntos, la administración honrada de los bienes públicos. Los frecuentes “comunicados a la opinión pública” eran admirables muestras de tolerancia.

25 de Junio de 2010
Edición digital: www.abc.com.py



ENLACE RECOMENDADO:
GOBIERNOS COLONIALES, ETÁPA INDEPENDIENTE y
PRESIDENTES DEL PARAGUAY
1811 - HASTA EL PRESENTE

martes, 30 de marzo de 2010

WASHINGTON ASHWELL - CONCEPCIÓN 1947. SESENTA AÑOS DESPUÉS - Texto: EL EJÉRCITO Y EL GOBIERNO DE MORÍNIGO


CONCEPCIÓN 1947
SESENTA AÑOS DESPUÉS
Autor: Dr. WASHINGTON ASHWELL
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE OBRAS del
Foto de portada: Dr. Juan León Mallorquín,
marcha republicana del
7 de setiembre de 1946.
Segunda Edición
Editorial Servilibro,
Asunción-Paraguay, 2007


HOMENAJE: Al Pynandí colorado, arquetipo de la raza y de sus ideales, exponente del agricultor-soldado de nuestra historia y del trabajador postergado de nuestras campiñas, que en 1947 se movilizó victorioso para aplastar el malón sedicioso de una condición que, despreciando el camino limpio y pacífico de las urnas, buscó acceder al poder por la vía violenta de las armas – EL AUTOR
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INDICE
I. Introducción

La conquista de una apertura. Reconocimiento. El Ejército y el gobierno de Morínigo. El comienzo del desbande. La propuesta del general Juan B. Ayala. Se cierne la tormenta. La crisis militar. La reacción ciudadana. La búsqueda de un nuevo orden. La candidatura de Pampliega. Las bases limitadas de una apertura
II. Los partidos políticos
La democracia y los partidos políticos. Los partidos políticos. El Febrerismo. El Partido Colorado. El Partido Comunista. El Partido Liberal. La situación económica del país.
III. El Gobierno de Coalición
El nuevo orden. Las negociaciones para integrar el gabinete. La posición colorada. Las contradicciones febreristas. La discrepancia civicomilitar. El gran desafío. Los temores de Morínigo
IV. Las pugnas y confrontaciones facciosas
El marco de la transición. El sector militar. El Presidente de la República. La cúpula militar. La oficialidad joven. El comunismo en el Ejército. Los partidos políticos. El febrerismo. La oposición a las elecciones inmediatas. El atropello al liberalismo. La conspiración contra Jiménez. El Partido Comunista. El discurso de Oscar Creydt. Medidas sociales. Relaciones con la Iglesia. Acercamiento al Ejército. El Partido Liberal. El discurso del Dr. José P. Guggiari. La marcha al Panteón. El Partido Colorado. La gran marcha colorada. El discurso del Dr. Juan León Mallorquín
V. La desintegración de la coalición
Los primeros embates. La guerra de los cargos. La conspiración febrerista. El memorándum de las Fuerzas Armadas. La creación del Ministerio de Trabajo y Previsión. El febrerismo rompe la coalición. El golpe militar del 11 de enero. Se gesta la reacción. El contra-golpe de 13 de enero. El nuevo gabinete. Los prolegómenos de la sedición
VI. Los prolegómenos de la rebelión de Concepción
El programa del nuevo Gobierno. Comunicado del Ministerio del Interior. El Manifiesto del Partido Colorado. El Manifiesto del Partido Liberal. El conato de la Artillería. El atraco a la Policía. El levantamiento de Concepción. La marginación de la cúpula institucionalista. La invitación al Cnel. Alfredo Ramos. La proclama revolucionaria. La organización de los servicios civiles. La sublevación del Chaco. La adhesión del Partido Liberal. La Junta de Gobierno Revolucionaria. La resistencia a la participación civil. La organización de las fuerzas oficiales.
VII. El levantamiento de la Marina
El distanciamiento de la Armada. La traición del Cnel. Smith. El plan del Cnel. Fernández. El contacto y apoyo de Smith. El allanamiento del refugio del Cnel. Fernández. Comienza la represión. La huida de Smith. El final de la lucha. La aventura de los cañoneros. Las inquietudes políticas en las filas leales. La muerte del Dr. Juan León Mallorquín.
VIII. El colapso de la rebelión
El desprendimiento de Concepción. La persecución de las fuerzas leales. La marcha portentosa. La defensa de la capital. La Guardia Urbana. El Centro Blas Garay. El batallón Blas Garay. El cerco de Asunción. La deserción de Granada. La tarde antes. Misión a Luque. El principio del fin. El retiro de los cadetes y estudiantes. El colapso final.
IX. La caída de Morínigo
Las secuelas de la rebelión. La pugna presidencial. El atraco de la Convención. La conspiración contra Morínigo. El comunicado de las Fuerzas Armadas.
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I. INTRODUCCION
LA CONQUISTA DE UNA APERTURA

Hacia mediados de 1946, un corto pero fulgurante período de libertad iluminó el opresivo panorama político del país. Sin que mediara aviso alguno de levantamiento o suspensión de las múltiples restricciones y prohibiciones vigentes en contra del ejercicio de los derechos de reunión y de expresión de las ideas, la sistemática persecución a las actividades políticas, gremiales y estudiantiles fue inusitadamente suspendida. La Policía dejó de reprimir, de apresar y perseguir. Con ese indicio aparente de una apertura política, la ciudadanía se volcó a las calles en procura de un ansiado protagonismo en la escena nacional. Las manifestaciones populares se repetían día a día en el centro de la capital. Ninguna fuerza salió ya a contenerlas o a dispersarlas. Fue el comienzo de un período nuevo y diferente, que alentaba el imperio de la ley y la justicia y la vigencia plena de un orden democrático.
Un cambió enorme, aunque todavía incipiente, comenzaba a desarrollarse en el país. Se vislumbraba el resurgimiento de la civilidad y el ocaso de los uniformes y los entorchados en la conducción de los negocios públicos. Era la restauración del imperio de la ley y de los derechos de las personas y el colapso del poder omnímodo de un régimen militar que se desmoronaba en medio de la algarabía popular. La libertad había triunfado sobre el despotismo. Y con la libertad; las ideas y los partidos políticos comenzaban nuevamente a gravitar como fuerzas determinantes del curso de los acontecimientos sociales. Terminaba un obscuro y trágico período de la vida política de la nación. La libertad había renacido en el país. Era una experiencia totalmente nueva la que vivía la ciudadanía.
Después de largos años de persecución y ostracismo, los partidos políticos reafloraron vigorosos en el escenario nacional. Se restableció la libertad de prensa. Los diarios de los partidos volvieron a la circulación con entera libertad. La ciudadanía recuperaba el derecho de expresar libremente sus ideas y sus reclamos por medio del discurso y de la prensa. Renacía la libertad de reunión, ya sea para hablar de temas de interés general o para rendir culto al objeto de una creencia o de una aspiración común. Nadie podía ser más molestado, detenido ni maltratado por expresar sus ideas o por la decisión caprichosa de alguna autoridad arbitraria. Uno de los protagonistas de ese proceso, el Dr. Raimundo Careaga, presidente entonces de la Federación Universitaria del Paraguay, hizo más tarde el siguiente recuento del ambiente de regocijo de las manifestaciones y mítines cívicos que se repetían en la zona céntrica de Asunción:
"Era impresionante constatar cómo la ciudadanía paraguaya a través tanto de las organizaciones políticas como gremiales, sociales y culturales salían en una suerte de explosión ordenada a difundir sus ideas, externar sus propuestas, solicitar adhesiones y tratar de aprehender un futuro cada vez más venturoso para la sociedad.
"Se estableció una auténtica convivencia. Se realizaban actos públicos, mítines, concentraciones y cualquiera que fuese la parcialidad política que organizara, todos los representantes políticos acudían con sus mensajes de salutación o solidaridad. El país entero era un hervidero. Pero un hervidero limpio, honrado, con esperanzas infinitas.
"En el Paraguay de ese breve periodo no habían ciudadanos de primera ni de segunda categoría. Tenían garantías todos los partidos políticos existentes y a crearse. Así veíamos al Partido Liberal, Colorado, Febrerista, Comunista, transitar con los mismos derechos y sus banderas desplegadas con orgullosa fe de que cada uno iba buscando el protagonismo de la construcción del nuevo Paraguay". (Careaga, Raimundo. Declaraciones. Diario Hoy. Sección Política. Marzo 4 de 1990)
Esa apertura no fue resultado de un acuerdo o consenso entre las diversas fuerzas cívicas que habían resistido y combatido a la dictadura militar ni de una concesión graciosa del poder opresor. Fue más bien consecuencia del colapso intempestivo de su sistema represivo, cuya eficacia se había extinguido súbitamente ante la presión de un cúmulo de factores internos y externos que escaparon a su control y a sus deseos.
Pero, a pesar de sus nobles auspicios y de las grandes expectativas que había generado, ese prometedor proceso político no culminó en la consolidación del orden democrático anhelado. Derivó muy pronto en una cruenta guerra civil, cuyas trágicas secuelas afectaron por igual a vencedores y vencidos.
Ya años atrás quise abordar el estudio de ese convulsionado proceso. Tenía para mí un atractivo especial. Por mi edad y mi militancia juvenil, fui testigo cercano de su desarrollo y en muchos pasajes, un partícipe diría activo de él. Le dediqué luego largas horas y días de lectura e investigaciones en archivos nacionales y norteamericanos, buscando reunir la mayor documentación posible al respecto. Lo abordé, asimismo, en detalle con varios de sus protagonistas más importantes. Pude intercambiar impresiones y documentos con otros investigadores que se interesaron en su conocimiento. Alcancé así a reunir una colección importante de información y del material documental disponible sobre los sucesos registrados en su transcurso.
No obstante los trabajos y preparativos realizados, abandoné el proyecto a instancias del Dr. Mario Mallorquín, quien me pidió que lo postergara para no enturbiar las gestiones que en compañía de los Dres. Osvaldo Chávez y Waldino Lovera estaba desarrollando para lograr la concertación de un Acuerdo Nacional entre los diversos partidos que pugnaban por la restauración de un orden democrático en el país y para la unificación de un frente republicano, requisitos que consideraba indispensables para evitar un nuevo fracaso en la restauración del orden democrático que buscaba para el país. Creía él que hablar de los acontecimientos del año 1947 en esos momentos era revivir susceptibilidades y recelos todavía latentes de personas que habían sido afectadas por el proceso o que habían sido protagonistas responsables del hecho.
Mario Mallorquín pudo ver realizadas sus aspiraciones de un Acuerdo Nacional que lo tuvo como uno de sus principales animadores, de una unificación en las filas del coloradismo y de una nueva apertura política que todavía se mantiene. Solamente que el proceso que él contribuyó a concretar todavía no ha culminado en su objetivo principal de consolidar un orden democrático en el país y tiene por delante negros nubarrones que parecieran querer obscurecer su desenlace. Creí por ello conveniente volver al estudio de aquel Frustrado intento del 46, con la esperanza de encontrar en su análisis respuestas que pudieran ayudar a no repetir su lamentable desenlace.
Volví así a retomar el examen de su desarrollo, no para revivir recriminaciones ni para atribuir culpas y responsabilidades a nadie, sino para buscar una debida comprensión de lo ocurrido. Ha transcurrido un tiempo suficiente para poder tener hoy una visión con perspectiva de conjunto de los factores que han incidido en su desarrollo y para que las pasiones entonces en juego se hayan adormecido. Nosotros no buscamos reactivarlas. Trataremos solamente de esclarecer y presentar lo sucedido con la mayor fidelidad y honestidad posibles, para que el mejor conocimiento de su realidad nos ayude a evitar los mismos errores en nuestras actuaciones presentes y futuras. No queremos hacer pelear a los muertos para dividir a los vivos. Por el contrario, queremos liberar el presente de las influencias perniciosas del pasado y rendir, además, con ello un merecido homenaje a todos los que en esa intensa jornada aportaron generosos el caudal de sus esfuerzos y de sus ideales y hasta el sacrificio mismo de su vida. Todos fueron héroes a su manera. Todos actuaron invocando un sentimiento patriótico, aun cuando todos incurrieron en el error común de querer arribar a las grandes soluciones nacionales por la vía de la violencia y de la imposición sectaria, cuando esas soluciones solo podrían haberse logrado por la vía del entendimiento, en un marco democrático, de libertad y de tolerancia, que permitiera el equilibrio y la convivencia pacífica de nuestras naturales diferencias.
Con ese pensamiento en mente solo quiero hacer historia, porque como nos dice Croce, "la historia en su sentido de disciplina intelectual nos libera de la historia, en su acepción usual de pretérito humano". Liberarse de la historia es conocerla, admitirla y dejarla como lo que es, un hecho pasado consumado e irreversible, una fuente de experiencias que pueden servir de guía para encarar el futuro, para poder así avanzar por una senda más firme, con una visión más amplia, más justa, buscando un perfeccionamiento, un futuro mejor. Como nos dijo Mario Halley Mora con su galano brillo:
"En el pasado están los errores que corregir y los aciertos que repetir. Están las lecciones de la grandeza y de la claudicación. Están los itinerarios equivocados y los caminos correctos. Están las experiencias que dejaron los hombres, los grandes que iluminaron su tiempo y proyectan su luz en el tiempo por venir, es decir, los ejemplos de lo que se debe hacer y de la conducta que se debe honrar y el honor que se debe cumplimentar, y están también los pequeños que fueron superados por los acontecimientos y pasaron a figurar en la trastienda de la historia" . (Halley Mora, Mario. Cuando los cambios solo tienen. raíces en el pasado. La Corbata. Enero 21 de 1997)
Con esas inquietudes en nuestra mira, no haremos la crónica detallada de los eventos sino la descripción del proceso en su conjunto. Trataremos de presentar lo ocurrido con la mayor fidelidad posible. Incurriremos posiblemente en errores, pero no serán intencionados. Vamos a abordar el período con espíritu abierto, sin prejuicios, sin agravios que vengar ni ofensas que inferir, pero con afán inquisitorio y con ansias revisionistas. Sabemos que con ello nos exponemos a la reacción de múltiples susceptibilidades. Pero eso no nos amilana. Vamos a lanzarnos con decisión y sin reservas a la búsqueda de lo que realmente ocurrió en ese crítico período. Creemos que para sacarnos de encima la pesada carga de ese turbulento pasado, para liberarnos de ese dramático pasaje de nuestra historia, como dijo Marichal al fijar las normas para la crítica histórica, tenemos que tener el valor de mirarlo cara a cara, "como cuando en lugar de dejarnos abatir por contrariedades y desgracias, en lugar de lamentarnos y de hacernos reproches por todos nuestros errores, hacemos sinceramente nuestra propia historia y nos proponemos seguir adelante con la clara conciencia de lo que debemos hacer". (Marichal, Juan. El secreto de España.Taurus. p. 84)
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EL EJÉRCITO Y EL GOBIERNO DE MORÍNIGO
Desde la terminación de la Guerra del Chaco, la injerencia militar en la conducción del país fue acentuándose en forma significativa. Para superar la crisis de autoridad que minaba la ordenada administración del país, los jefes del Ejército creían en la necesidad de un mandó único militar y político. Con ese pensamiento y, a partir del derrocamiento armado del gobierno de Eusebio Ayala en febrero de 1936, el Ejército se constituyó en el centro exclusivo del poder y en el único gran elector. Desde entonces, todos los presidentes que se sucedieron en el mando, Rafael Franco, Félix Paiva y José Félix Estigarribia, fueron nominados en los cuarteles. El general Higinio Morínigo, que pasó a sucederle a Estigarribia con motivo de su trágico fallecimiento, fue igualmente nominado por los Comandos de Grandes Unidades de la capital y nombrado luego Presidente mediante un acuerdo con los dirigentes del Partido Liberal, el mismo día del trágico deceso de su antecesor. (Los detalles de este nombramiento pueden verse en nuestro libro Historia Económica del Paraguay. Tomo II. pp. 387 y sig.) En realidad fue más otra imposición militar antes que un acuerdo cívico-militar.
Poco después de asumir el cargo y a raíz de las divergencias surgidas en el seno del gabinete sobre la legitimidad y extensión de su mandato, Morínigo procedió a eliminar del Gobierno a los miembros y representantes del liberalismo y pasó a gobernar con un reducido grupo de intelectuales católicos que entraron a ocupar los cargos principales del gabinete y a constituir, con el apoyo del Ejército, un Estado autoritario y corporativo con el modelo de la dictadura portuguesa de Oliveira Salazar. Con ello se produjo la caída final del liberalismo. Terminó allí un largo período de hegemonía de ese partido en la vida nacional. Los dirigentes del liberalismo fueron todos perseguidos y desterrados. El Gobierno proclamó el fracaso de la democracia y del liberalismo económico. Transcurridos apenas unos meses, Morínigo dispuso, por un simple decreto del Poder Ejecutivo, la disolución del Partido Liberal, acusándolo de traición a la patria por haber solicitado ayuda financiera de un gobierno extranjero para derrocar al Gobierno nacional.
El nuevo Gobierno se constituyó así sin apoyo popular alguno. Su autoridad provenía, no de la voluntad de las urnas, sino de la imposición de las armas. La solidaridad institucionalizada de las Fuerzas Armadas fue luego su único sostén. Para apuntalar al Gobierno, los jefes y oficiales del Ejército y la Armada fueron obligados a suscribir un acta de fidelidad al Presidente de la República y a su programa de gobierno. En ese insólito documento se decía:
"En la ciudad de Asunción, capital de la República del Paraguay, a los trece días del mes de marzo de mil novecientos cuarenta y uno, reunidos en el Palacio de Gobierno los señores Jefes y Oficiales del Ejército y de la Armada de la guarnición de esta ciudad, en presencia del Excelentísimo señor Presidente de la República (...) DECLARAN:
"Que el sistema liberal individualista ha sido la causa primordial de la anarquía política, de la miseria económica y del atraso material de la Nación;
"Que los políticos profesionales que ese régimen nefasto engendró, deben ser reducidos a la impotencia para alejar la posibilidad de cualquier reacción que apeligre la estabilidad del nuevo Orden Nacionalista Revolucionario;
"Que las Fuerzas Armadas de la Nación reconocen en el general don Higinio Morínigo el Jefe
Supremo de la Revolución Paraguaya en esta etapa de su proceso histórico y se proponen firme y decididamente sostener su gobierno con entera lealtad y estricta disciplina hasta el cumplimiento de su Plan Trienal;
"Que ORDEN, DISCIPLINA Y JERARQUIA son los basamentos indestructibles sobre los cuales debe asentarse el Nuevo Estado Nacionalista Revolucionario.
"Por tanto, (...) por nuestra fe de paraguayos y nuestro honor de soldados (...) JURAMOS defender fielmente la causa de la Revolución Paraguaya y sostener con entera lealtad y estricta disciplina al gobierno del General Morínigo hasta el total cumplimiento de su Plan Trienal. Si así no lo hiciéramos, Dios y la Patria nos lo demanden". (Condensado del texto del acta suscrita por los Jefes y oficiales del Ejército y la Armada. El Tiempo. Marzo 13 de 1941.)
Un diario oficialista explicó el significado y alcance de ese juramento en los términos siguientes:
"Las Fuerzas Armadas del Nación se hicieron intérpretes del anhelo de redención política, económica y social que agitaba a la juventud y a las masas laboriosas, abatieron el sistema responsable de nuestra anarquía y nuestro ignominioso atraso, enarbolando como único símbolo de unidad y acción revolucionaria el pabellón sagrado de la Patria y proclamaron que el orden, la disciplina y la jerarquía son basamentos indestructibles sobre los cuales debe asentarse el nuevo Estado Nacionalista Paraguayo" . (La Revolución Nacionalista y las Fuerzas Armadas. El Tiempo, 24 de julio de 1941)
Con ese pronunciamiento, el Ejército se constituyó en el depositario exclusivo de la soberanía popular. Pasó a dictar normas al Gobierno y a nominar por sí los candidatos que ocuparían las altas funciones representativas del Estado. Como señaló más tarde el general Amancio Pampliega, entonces Ministro del Interior, "el poder político era un monopolio de los cuarteles, un resultado de los designios de los mandos militares".(Pampliega, Amancio. Misión Cumplida. Ed. El Lector. p. 15)
El régimen institucional así establecido era rígido y autoritario, pero no granítico. Siendo su base fuerte y poderosa, era a la vez frágil y quebradiza. A pesar de los principios invocados de la unidad y la disciplina de las Fuerzas Armadas, en su seno bullían, como en toda organización humana, celos y rivalidades, disensos y disparidades que presionaban continuamente contra su unidad y su orden internos. Las pugnas de mandos y de hegemonías personales se repetían con relativa frecuencia y producían las grandes rupturas que determinaban decisivos desplazamientos y cambios de comandos de grandes unidades y de mandos menores. En esas circunstancias, la estabilidad de la estructura gubernamental, basada exclusivamente en el apoyo de los cuarteles, dependía de la habilidad del presidente Morínigo para sortear y superar las crisis que se repetían.
Para ese efecto, su sistema era simple pero efectivo. Nunca se involucraba en las confrontaciones que se producían por debajo de su mando. Cuando se desataba una disputa, hacía intervenir a los mandos inferiores a su rango o dejaba que las pugnas en juego se definieran para acoplarse luego al vencedor. En esa forma, era siempre el árbitro final que estaba por encima de las confrontaciones subalternas. Su autoridad nunca se comprometía. Por el contrario, en los momentos de crisis, su apoyo era buscado por las partes contendientes y, dirimida la pugna, su intervención era imprescindible para legitimar los cambios resultantes y para el mantenimiento y la continuidad del orden institucional.
Con este sistema pudo sortear múltiples crisis menores y mayores que se presentaron durante su gobierno. Se sucedían los cambios, algunos precedidos de fuertes disparos y de amplios desplazamientos de tropas otros. Pero, al final, siempre se restablecía el mismo orden, con otros nombres en los mandos regulares, pero el régimen y el orden institucional proseguían invariables.
Con esas características salientes, Morínigo gobernó en nombre y representación exclusiva del Ejército durante todo el quinquenio siguiente. Hacia fines de mayo de 1946, ya en víspera de la crisis que se desataría una semana después, la Embajada Americana dio el siguiente cuadro de las relaciones del presidente Morínigo con el Ejército:
"El Presidente Morínigo es un dictador militar. (. . .) Se mantiene en el poder por voluntad de las Fuerzas Armadas, las que, en general, se cree que son leales a él, aunque, como es natural en todo Ejército, existen grupos contrarios con los cuales Morínigo tiene que maniobrar. Así como están las cosas hoy, se cree que el Presidente puede contar con la lealtad en términos políticos del ministro de Defensa Nacional, general Amancio Pampliega; el comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, general Vicente Machuca; el comandante del Chaco, general Francisco Andino; el comandante del Regimiento de Artillería de Paraguarí, Tcnel. Alfredo Stroessner; de la Escuela Militar, comandada por el general Juan Rovira; de la Unidad de Ingeniería asentada en Villarrica, comandada por el Cnel. Chávez del Valle, y probablemente también de la Policía de la Capital, a cargo del capitán Jesús Blanco Sánchez, y de las fuerzas navales.
"Lo que no ha quedado claro es si en los últimos tiempos el presidente cuenta también con el apoyo del "Grupo de Caballería", que comprende al Jefe de Estado Mayor interino, coronel Bernardo Aranda, el comandante de la Caballería de Asunción, coronel Victoriano Benítez Vera, el comandante de la Caballería de Concepción coronel Heriberto Florentín, y el comandante de las Fuerzas Aéreas coronel Pablo Stagni. La importancia de este grupo reside no solamente en el hecho de que la Caballería se encuentra en la cercanía de Asunción, y por lo tanto, en una posición privilegiada para ejercer una considerable presión sobre el gobierno, sino también que el comandante de la Caballería controla prácticamente todo el arsenal balístico del ejército. (...)
"Algunos consideran al "Grupo de la Caballería" más fieles a sus propios intereses políticos que al presidente. Aunque existen algunas evidencias arbitrarias por parte de este grupo, la Embajada, sin embargo no tiene pruebas de deslealtad hacia el gobierno o el presidente. Los miembros de este grupo, como cualquier otro militar de alto rango, algunas veces tienden a considerar al presidente como a uno de sus camaradas. Su reconocido peso probablemente les permite realizar sugestiones políticas al presidente, que otros sectores militares dudarían hacerlo.
"La Embajada duda también de que el poder de este grupo sea total como algunas personas creen o dicen creer. Nunca se demostró, por ejemplo, de que el coronel Benítez Vera fuese capaz de levantar la División de Caballería contra el presidente. Por lo menos uno de sus comandantes, el Tcnel. Enrique Jiménez, es considerado muy leal a Morínigo. Estos comentarios no deben ser interpretados como que existen otros altos oficiales en Asunción y Concepción que sean desleales al presidente dentro del Grupo de Caballería". (Embajada Americana en Asunción. Despacho no. 1757. Mayo 31 de 1946. Reproducida en Alcibiades González del Valle. El Drama del 47. Ed. Histórica. pp. 26 y sig.)
Con esas características generales, el gobierno de Morínigo era dictatorial y despótico. No admitía la crítica ni la disidencia. La ciudadanía no gravitaba. El pueblo debía escuchar y leer tan solo la palabra y las directivas oficiales. Se instituyó para el efecto la represión sistemática de todas las inquietudes y manifestaciones opositoras del resto de la población. Un rígido sistema policial quedó encargado de imponer la observancia estricta de la tregua política y sindical en todo el territorio de la república. Los partidos políticos fueron proscritos, la prensa rigurosamente controlada y las libertades y los derechos individuales conculcados y restringidos. Todo en aras del mantenimiento de la paz y el orden internos.
No obstante el extremo rigor de la represión aplicada, su eficacia era limitada. Es cierto que el orden instituido operaba con relativa regularidad, pero la resistencia de la población a la opresión institucionalizada se mantuvo incólume. La violencia aplicada no pudo doblegar las ansias de libertad de los diversos sectores ciudadanos. La actividad sindical no solo se mantuvo sino que se intensificó considerablemente al amparo de la clandestinidad con que la disidencia laboral buscó eludir la cacería organizada de las fuerzas de seguridad. Aun con la persecución implacable de sus directores, del amordazamiento de su prensa y de la prohibición rigurosa de toda movilización proselitista, los partidos políticos lograron mantener la cohesión de sus cuadros y la lealtad de sus bases.
Ante el silenciamiento de la voz del pensamiento libre, la libertad perseguida y las aspiraciones ciudadanas buscaron refugio en el ámbito de la juventud de los colegios y facultades. Los centros estudiantiles pasaron a cubrir el enorme vacío dejado por los mayores exiliados o apartados del escenario nacional y se convirtieron en los voceros de las aspiraciones ciudadanas. Los reclamos y planteos juveniles eran encendidos y gallardos. Se pedía insistentemente la restauración de la libertad y la justicia, el retorno de los exiliados y la convocatoria de una asamblea nacional constituyente para que, libre y soberano, el pueblo decidiera los cauces de su destino y las bases de sus instituciones y de su gobierno. La dura represión aplicada no pudo nunca acallar su voz. Se apresaba, se confinaba o deportaba a un dirigente juvenil y en el siguiente acto aparecían dos oradores nuevos con el mismo verbo y la misma pasión.
Al mismo tiempo, los acontecimientos externos gravitaban decisivamente sobre la vida nacional. Diversos sectores de la población habían asumido posiciones activas en favor de las fuerzas envueltas en la conflagración europea y reproducían en el país las mismas confrontaciones y tensiones que dividían a la humanidad en esa decisiva hora. De un lado estaban los partidarios de las naciones totalitarias y del otro los que apoyaban las fuerzas de la democracia. Ante esa coyuntura, los altos mandos del Ejército se definieron todos en favor de la Alemania agresora y totalitaria. "Los militares éramos admiradores del Ejército Alemán", confesó sin pudor ni remordimiento el general Pampliega. (Pampliega. Ob. cit. p. 78.)
Con esas influencias, el avance victorioso de las fuerzas aliadas, ya en tierras alemanas, repercutía fuertemente en el país. El suicidio de Hitler en abril de 1945, la capitulación del Ejército alemán el 7 de mayo siguiente y finalmente la rendición incondicional del Japón el 14 agosto del mismo año hicieron crisis en el Paraguay. La ciudadanía se volcó a la calle para celebrar esos triunfos y el régimen gobernante no pudo ya recurrir a la violencia para contener la algarabía generalizada de la población civil. La mera fuerza, con todo su poder armado, resultaba impotente y desconcertada ante el desborde de júbilo de la ciudadanía ante la derrota de las fuerzas totalitarias. Sumóse a ello la fuerte presión ejercida por la gravitante diplomacia americana, que propiciaba la reconstrucción de la posguerra sobre bases democráticas, con la plena vigencia de las libertades y los derechos ciudadanos.

EL COMIENZO DEL DESBANDE
Con ese tenso panorama nacional, las críticas y las protestas ciudadanas contra el autoritarismo oficial comenzaron a repercutir en los cuadros del Ejército. El temor de un desmoronamiento inminente de la estructura de poder comenzó a cundir en sus filas y su consecuencia inevitable fue la proliferación de planteos diversos en procura de soluciones alternativas.
Comenzaba la descomposición interna de los centros de poder que minaría la capacidad del régimen para resistir la presión del reclamo ciudadano y del Gobierno americano para el restablecimiento de un orden democrático en el país. Era el preludio claro de una inminente desintegración de la estructura oficial.
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de la Literatura Paraguaya.
Poesía, Novela, Cuento, Ensayo, Teatro y mucho más.

MIGUEL A. GONZÁLEZ VIERCI - ANTECEDENTES HISTORICOS DE LA REVOLUCION /Fuente: EL ESTALLIDO DE UN IDEAL, CONCEPCIÓN - REVOLUCIÓN DEL 7/8 - MARZO - 1947


ANTECEDENTES HISTORICOS DE LA REVOLUCION
(Enlace a datos biográficos y obras
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Para una real comprensión de los acontecimientos ya muy cercanos al 8 de marzo de 1947 y su antesala con los sucesos políticos del año 1946, debemos remontarnos a realizar un análisis, que aunque somero no por eso menos aleccionador, a partir de las luchas internacionales -guerra de la Triple Alianza 1865/70 y la guerra del Chaco 1932/35- y el interludio entre ambas.
Se debe convenir que las guerras internacionales no sólo dejan su secuela de sangre y lágrimas, sino que también y principalmente, sea cual fuere su resultado, inficionan en la posguerra y muy especialmente en el estamento castrense el andamiaje socio-económico y político de las naciones involucradas.
Un breve recuento de la situación paraguaya, previa a la guerra del 70, permite apreciar que la vida de la República se desenvolvía dentro de los parámetros institucionales normales del Gobierno civil del Presidente Don Carlos Antonio López, quien crea las condiciones necesarias para un desarrollo sostenido, en varios campos de la actividad, tanto privada como estatal. La bonanza, la estabilidad y el desarrollo, es historia por todos conocida y me releva de profundizar comentarios sobre ella.
Es tal vez, ese marcado protagonismo en el concierto de naciones sudamericanas y su incursión con medios propios en el comercio internacional, uno de entre otros facto res, lo que mueve a nuestros vecinos, Brasil, Argentina y Uruguay, a preparar el clima para frenar ese crecimiento y desarrollo sostenido, pretextando una supuesta cruzada libertadora, ya contra el gobierno de su hijo Francisco Solano López. Coaliados en una poderosa fuerza combatiente, arrasan nuestra nación luego de 5 años de durísima lucha, que probó el estoicismo y valentía del pueblo paraguayo en todos sus niveles.
La historia de aquel luctuoso acontecimiento ya ha sido profunda y debidamente analizada, no sólo por escritores nacionales sino también y tal vez con mayor objetividad y desapasionamiento por autores extranjeros, quienes al final de mucho revisionismo histórico y ya en tiempo muy cercano, han desnudado los entretelones y maquinaciones de aquella injusta e inmerecida invasión, descargando de culpa al Paraguay y trasladando la misma a las naciones aliadas.
Hasta acá estos breves comentarios, que sirven de base para comprender lo acontecido con posterioridad a la terminación de la lucha armada en la guerra del Chaco y poder apreciar una reflexión hecha por el Cap. Araujo, que la transcribo y que palabras más, palabras menos, expresa lo siguiente: "Luego de una lucha armada internacional, en la que el ejército ya sea victorioso o derrotado, enfrenta su reinserción en la vida institucional de la nación, produce un traumático clima de intranquilidad y zozobra en sus filas, que se traslada a los aconteceres políticos, con consecuencias las más de las veces negativas y desestabilizadoras para la institucionalidad de la República".
Hube de analizar este aserto, no sólo en relación a nuestra vida como nación independiente, sino comparándola con lo sucedido en el plano internacional y en similares situaciones en otras latitudes, la justifico.
La historia a través de muchísimos años se encarga de avalar lo expuesto. Como no es mi intención entrar en una larga ejemplificación de dichos hechos, me limitaré a lo que esa circunstancia ha significado para nuestra patria en las dos conflagraciones mencionadas y en las que se producen las dos vertientes de una misma situación y diferentes resultados: ejército derrotado, Triple Alianza, y ejército victorioso: guerra con Bolivia; veremos más adelante y de manera más detallada, cómo se dan ambas situaciones.
Analicemos lo relativo a la guerra del 70. Terminada la confrontación bélica, y luego de un período de largos años de ocupación brasilera, en representación de la triplicia y de las desmembraciones territoriales -botín del vencedor- vuelve el país a su independencia territorial y política.
No abundaré en detalles de lo sucedido en ese largo período 1870/1930, fecha esta última en la que los nubarrones de una nueva confrontación bélica -no deseada- pero igualmente obligados a asumirla ensombrecerían nuevamente los cielos de nuestra nación.
A efecto de ilustrar el campo político, hay que observar el listado de presidentes que se sucedieron tras el final de la guerra de 1865/70. Primer y principal factor es la inestabilidad política, signada por tan cortos períodos de mando, lo que imposibilita que cualquier programa tendiente a desarrollar funciones de gobierno a mediano y largo plazo tenga éxito.
En segundo lugar, es visible el protagonismo de hombres del Ejército, no sólo en la gestación de los cambios, sino en función de gobierno. Basta esta aleccionadora mención, que la pluma del escritor Gatti Cardozo nos ilustra claramente sobre un tema siempre urticante. La Presidencia de la República y la consecuente conducción política de la Nación. En función a la presencia abierta o solapada de las FF.AA. en los avatares políticos nacionales.
Como contrapartida a la derrota del 70, en esta nueva guerra internacional, al cabo de 3 años de cruenta lucha (32-35), reivindicatoria de nuestros derechos territoriales, recibimos a la vida ciudadana y ya en tiempo de paz, a las fuerzas victoriosas, comandadas por el entonces general José Félix Estigarribia.
En el clima propio de euforia justificada, se las recibe y se goza de las mieles del triunfo durante un tiempo prudencial. La conducción política del país tiene el clima necesario en ese ambiente festivo, para recomponer la economía que fuera la más afectada, ya que en lo social, los espíritus se habían galvanizado y hermanado al llamado de las armas, y ese, hasta un no muy largo tiempo, sería la constante de nuestra vida ciudadana.
Ahora toca analizar y dar respuesta a la pregunta. ¿Qué pasa en el país, cuando regresa un ejército, ya sea derrotado o victorioso?
La primera situación de la pregunta ya ha sido desarrollada, mas nos queda la segunda, más cercana en el tiempo y más influyente en el devenir histórico, y que en el año 1936 tiene su punto de partida.
Me decía el Cap. Araujo con suficiente conocimiento de causa, pues si bien era un joven oficial de la posguerra, egresado en el año 1938, acumulaba en su bagaje histórico todos los aconteceres en filas del ejército, conocedor y estudioso de todos los tejemanejes políticos que acompañaron esos años de desencuentros e inestabilidades.
Vuelvo a repetir, me decía el Cap. Araujo, "el soldado (se refería a los de alto rango, haciendo omisión de clases y soldados), luego de duros años de lucha diaria, de mando y resoluciones cotidianas de innegable trascendencia, y en la que la vida cada minuto ve la cara de la muerte, crea en su espíritu y su personalidad, con esas actitudes, un modelo de vida muy peculiar, que marcará su personalidad de posguerra".
Se vuelve a los cuarteles, los de reserva son dados de baja, los de carrera continúan su vida castrense, ¿pero qué pasa?; las condiciones diarias son distintas, los requerimientos económicos diferentes, el amplio campo de lucha en la guerra desaparece y el mando se empequeñece, por último la rutina diaria hace mella de su espíritu y piensa que si tuviera el poder de decidir y resolver "sobre la marcha" los problemas nacionales, en contraposición a la dirigencia gobernante cansina (para su concepto), otro sería el destino del país. Ex profeso, dejé para último punto el papel del liderazgo que ejerció durante la guerra, que se ve reducido a su mínima expresión en los predios de los cuarteles.
Mezclemos estos variados factores y obtendremos un "cóctel" por demás explosivo. Si bien es cierto, esto no se da en todos los jefes, sin embargo existen varios que "sufren" y observan con dificultad esa transición.
¿Son sólo ellos los culpables? Según estudiosos de estas cuestiones, con los que comparto opinión, son también culpables los gobiernos, que por diversos factores no visualizaron esa realidad que debía presentarse inexorablemente y no adoptaron las medidas conducentes para encauzarla por caminos menos traumáticos y más favorables para las ansias y deseos castrenses, en su reincorporación a la vida de la nación en período de paz.
La reinserción de los agricultores (soldados y clases) a sus hogares y lugares de labores fue más racionalmente planificada y de hecho más fácilmente aplicada, para bien de ese vasto espectro social. Lamentablemente, los acontecimientos posteriores de orden político militar arrastraron a esa humilde clase trabajadora a ser partícipe de los avatares de luchas generadas, las más de las veces, por ansias de poder y mando, mas no para la resolución de los problemas campesinos.
Me permito hacer una referencia histórica comparativa y que guarda relación con lo que aquí se desarrolla como tema central, y que ocurre en los EE.UU. de Norteamérica. Luego de finalizada la 2da. Guerra Mundial, en la que los actores principalísimos del triunfo de las Fuerzas Aliadas, inmersas a su retorno, y alguno antes del mismo, a la vida ciudadana, enfrentan situaciones de innegable condición traumática, pues habiendo sido gestores directos de actos de heroísmo y excelencia en la conducción de la guerra, personalmente creen que esta coyuntura les otorga el derecho de enfrentarse al "orden establecido", aun en un país donde las instituciones republicanas tienen continuidad y tradición civilista. El caso más conocido involucra a uno de los más grandes generales de la guerra, el Gral. Patton, quien en la cúspide de su carrera, con el sentimiento posiblemente más puro de amor a su patria (lo había demostrado ampliamente en los campos de batalla), se permite cuestionar la política exterior de su país, que a la luz de los hechos posteriores daría razón a su postura, creando con ello situaciones trascendentales y difíciles en el delicado equilibrio de posguerra entre los triunfadores. Lamentablemente sufre las consecuencias difíciles de lo que me permitiría llamar "síndrome de la victoria", que determina, al final de su carrera, que sea relegado y desposeído de su mando y es más, hasta creo que injustamente olvidado y tal vez muerto en no muy claras circunstancias.
¡Oh! La política y los que en su nombre deciden el destino del mundo, son también seres humanos expuestos a errores e intereses mezquinos.
Otro a quien se debe recordar es el Gral. Mac Arthur, héroe de 100 batallas, que reconstruyó Japón y en la hora cumbre de su vida, por desencuentros de carácter de "política exterior", fue marginado y también pasó al ostracismo. El Gral. Eisenhower, Comando Supremo de las Fuer-zas Aliadas en Europa, a su retorno a la vida civil cae en las redes de los políticos y explotando su gran popularidad accede a la primera magistratura de los EE.UU. con una ges-tión gubernativa intrascendente, como los mismos norteamericanos la consideran, dando pie al dicho que "en los EE.UU. cualquiera puede ser Presidente".
Me permito destacar estos hombres y nombres para de alguna manera y guardando las distancias, trazar anticipadamente un paralelismo con lo ocurrido en nuestro país, en la posguerra del Chaco.
Por contrapartida, y como para confirmar lo expresado en el inicio de este capítulo, veamos lo que sucede en una nación cuyos ejércitos son derrotados en una contienda bélica internacional. Tomemos para ello el caso de Alemania de posguerra del año 1914/18, cuyo ejército se ve obligado a una rendición incondicional, un golpe inconmensurable, no sólo a su orgulloso ejército, sino también a toda la Nación. Firmada la paz, intentan los gobiernos posteriores reencauzar el país, pero el impacto sufrido por la derrota dificulta grandemente esa misión. Conforme a las cláusulas impuestas por los Aliados, el ejército alemán queda poco menos que desmantelado y sin posibilidades ciertas de una pronta reorganización. La derrota trae sus esperadas consecuencias negativas, y fruto de esas circunstancias emerge el "saldo rojo" en la cuenta de la Nación y sus instituciones.
¿Qué genera esta situación?; el descontrol, la falta de políticas coherentes para buscar la reinserción de esa enorme masa de combatientes en el nuevo status, de la que se aprovecha un fanático ex componente de las mismas de nivel inferior (sargento), que explotando hábilmente el descontento lógico reinante, con el carisma necesario y falta de escrúpulos para crear una nueva doctrina, el Nacional Socialismo, como salvador del caos.
La historia es muy reciente, y el nombre de Adolfo Hitler pasa a la historia como causante y responsable de la Segunda Guerra Mundial. Sus hechos y los resultados, por trágicos, son por demás aleccionadores de las consecuencias que puede acarrear el reacomodo de un ejército derrotado y desorganizado, de la mano de un "iluminado".
No pudiendo escapar la historia de nuestro país de esos avatares propios de la posguerra, entra a funcionar, sin saberlo, el fatídico principio de cómo reinsertar a los guerreros.
¿Fue culpable el gobierno de la posguerra o el "síndrome de la Victoria", o ambos a la vez, como detonantes de la Revolución del 17 de febrero de 1936? En esta disyuntiva, me abstengo de profundizar su análisis y dar un veredicto, pues ello sería tema no sólo demasiado extenso de abordar, sino que saldría de la línea medular de la historia que en este libro se relata.
Sin embargo, me permito afirmar, tal vez con poco margen de error, que obviando la patriótica intención de ella y de algunas medidas acertadas de gobierno, tomadas en el poco tiempo que dura su gestión, quedaron relegadas ante el hecho cierto e innegable de que a partir de entonces el Ejército, salido de los cuarteles nuevamente, socava su institucionalidad, situación que a través de todos estos largos años ha sido la constante en el acontecer político de la nación, más para mal que para bien.
Al margen de los motivos y consecuencias de la Revolución del 17 de febrero de 1936, liderada por el Cnel. Rafael Franco, se debe convenir que fue un hombre distinguido en los campos de batalla en la contienda chaqueña, y ejemplo del valor en la conducción de sus dos
unidades (32/35), y ya en su vida civil vivió dignamente; aquellos antecedentes y su acrisolada honestidad lo llevaron a una vida de necesidades rayana en la indigencia, que sin duda habrá sido la más valiosa herencia que dejó a sus descendientes.
Se produce una contrarrevolución encabezada por el Cnel. Ramón L. Paredes y referentes del Partido Liberal, en fecha 13 de agosto de 1937, y es derrocado el gobierno del Cnel. Rafael Franco, que ya para entonces había creado "La Concertación Revolucionaria Febrerista", que el año 1951 se constituye en el "Partido Revolucionario Febrerista", integrando hasta hoy el espectro político nacional.
Tratando de abreviar la historia, digamos que a partir de ahí se suceden situaciones de marchas y contramarchas en el ajetreo político nacional, la que finalmente parece encontrar su reencauce por una gran mayoría aceptado y accede a la primera magistratura de la Nación el general victorioso de la guerra del Chaco, don José Félix Estigarribia. Su muerte prematura, que no le permite alcanzar las metas que se había propuesto, y el Partido Liberal que lo había lanzado a la arena política, comienza a perder protagonismo después de muchos años de liderazgo y mando en el país.
El ejército durante la presidencia de Estigarribia, por el lógico respeto que éste imponía en sus filas a pesar de estar ya retirado de ellas, se repliega a sus cuarteles en cumplimiento de sus funciones institucionales. El gobierno, que contaba con el beneplácito de los EE.UU. de Norteamérica, recibe las primeras ayudas económicas que comienzan a otorgarse a los países de menor desarrollo, le permiten crear un período de tranquilidad propicio para el despegue eco-nómico. Esa situación desaparece con su muerte, y el ejército prescindente hasta entonces y ante los signos de deterioro político que se vislumbraba, emerge nuevamente como el árbitro de ese difícil momento.
Un factor que juega a favor de esa actitud castrense es el hecho de que habiendo ya pasado algunos años de la finalización de la guerra, tal vez desaparecido en ellos "el síndrome de la Victoria", y ya más reacomodados a las nuevas circunstancias, proceden a actuar con más equilibrio emocional y racionalidad en la pretensión de reencauzar la conducción del país. Ejemplo de dicha actitud constituyó el manifiesto del ejército, firmado por el Gral. Amancio Pampliega, que expone claramente su postura institucionalista y principista.
Avalaba esta situación el hecho de que connotados jefes, la mayoría héroes de la guerra del Chaco, gozaban de un sólido prestigio y respeto, tanto en el estamento castrense como en la sociedad civil.
Como era evidente que las condiciones no estaban dadas para llamar inmediatamente a elecciones generales, se acordó conformar un Gobierno netamente militar, que tendría la misión de echar las bases para ello, llamando a una Asamblea Nacional Constituyente, reorganizar los padrones electorales y tomar otras medidas que garantizaran la libre concurrencia de todos los partidos reconocidos y en igualdad de condiciones, creando el ambiente necesario para acceder al acto eleccionario a fin de institucionalizar la República.
Para el cumplimiento de estos fines se constituye dicho Gobierno, y según versiones, a dos generales, que por antigüedad y por el respeto que merecían dentro de las filas de las FEAA. y la sociedad civil, les es ofrecida la presidencia, la que declinan argumentando no sentirse preparados para ese menester. QUE DIFERENCIA CON LA ANGURRIA DE PODER QUE CAMPEA EN LOS ÚLTIMOS AÑOS en todo el ambiente político-militar de nuestro país, y qué poco conocido y divulgado es este hecho. Caro habría de pagar la nación aquel gesto noble y sincero, que también a la larga truncó sus brillantes y sacrificadas carreras militares, de las que fueron marginados y debieron pasar al ostracismo.
En estas circunstancias y ante la prolongada indefinición, dicen que uno de los presentes propuso el nombre del Gral. Higinio Morínigo, y aunque no hubo consenso se pensó que el mismo sería fácilmente manejable, en razón de su escaso predicamento dentro de las Fuerzas Armadas. ¡Cuán equivocados estaban!
El 9 de junio, como consecuencia de relevos y nombramientos arbitrarios, dispuestos por el Comandante en Jefe, suceden sangrientos hechos en la Ira. Div. de Caballería de Campo Grande, en los que pierden la vida los Ttes. Dalceno, Pastore y varios conscriptos; por imposición de los mandos militares, el gobierno de Morínigo "levanta la veda política", permitiendo a la ciudadanía el goce irrestricto de sus derechos ciudadanos, y consecuentemente la plena y legal actividad de los partidos políticos, asociaciones, sindicatos, etc., tendientes a la normalización institucional de la República. Como consecuencia lógica, el país vive un clima de euforia al recuperar dichas libertades y se suceden reuniones, mitines, manifestaciones y todo tipo de actos que materializan un estado al cual se dio en llamar "Primavera Democrática".
Regresan líderes políticos y gremiales exiliados, se reorganizan los cuadros dirigenciales de los partidos políticos, apuntando todo ello a la consecución pacífica de las metas que el Ejército -vía Presidente de la República- habían expresado en el manifiesto del Gral. Pampliega.
Al margen de los desbordes -hasta lógicos- que se producen, no iba alterando sustancialmente el camino y las metas trazadas; sin embargo llega un momento que por presión ciudadana ansiosa de materializar lo logrado, se decide la conformación de un co-gobierno civil y militar, con "barniz democrático", en los que participan únicamente la ANR (Asociación Nacional Republicana), y el Partido Revolucionario Febrerista y dos militares.
Este aparente estado de equilibrio institucional, sufre de significativos y permanentes entredichos en el área ejecutiva del gobierno, asomando como una constante la decisión -solapada al principio- de la ANR, de volver a asumir el protagonismo, luego de 40 años de llanura, y en esa dirección encaminan sus actos y medidas llevando a la crisis ese momentáneo estado de vigencia democrática.
A medida que finalizaba el año 1946, ya se mostraba claramente el programado contubernio de Morínigo y el Partido Colorado de copar todos los espacios de poder.
Rápido se evidenciaron serias dificultades en el funcionamiento del nuevo gabinete, como consecuencia de la política electoralista que predominaba en la conducción de los dos partidos y la lucha por ocupar el mayor número de Ministerios. En consecuencia el 10 de enero de 1947, el Partido Febrerista se retiró de la coalición.
Se producen ante estas circunstancias, tibias reacciones de los Comandos de las Grandes Unidades, que determinan que el presidente Morínigo convoque a una reunión en Mburuvicha Roga, so pretexto de festejar su cumpleaños, a dichos Jefes, como también a los Directores de los Servicios de Intendencia y Sanidad de las FF.AA. Fue la famosa reunión del 11 de enero. La invitación ocultaba la verdadera intención de la convocatoria, pues no le convenía a sus intereses y los de los colorados informar anticipadamente del tema que sería tratado. Asistieron los siguientes jefes: Grales. de Div. Vicente Machuca y Francisco Andino; Grales. de Brig. Amancio Pampliega, José Atilio Migone, Manuel Contreras y Manuel Rodríguez; Cneles. Juan Ibarrola, Julio R. Cartes y Emilio Díaz de Vivar; Ttes. Cneles. Alfredo Stroessner y Enrique Giménez, y Cap. de Navío Sindulfo Gill.
Se comunica a los asistentes la situación derivada del retiro del Partido Febrerista del Gobierno de coalición, lo que obligaba a adoptar en consenso una de las alternativas: a) Continuar gobernando sólo con el Partido Colorado; b) Eliminar al Partido Colorado de la función de Gobierno, y conforme al compromiso asumido con anterioridad (si se producía el abandono de uno de los partidos políticos de la coalición), de formar un Gobierno totalmente militar para el cumplimiento de las metas y responsabilidades asumidas ante el país por las FFAA. de la Nación.
Puestas en votación ambas posibilidades de viva voz, la segunda ponencia encuentra la casi unánime aceptación (incluyendo a Stroessner), pues sólo votaron en contra el Tte. Cnel. Enrique Giménez y el Cnel. Díaz de Vivar.
Todos conformes con la decisión adoptada, se termina la reunión con el compromiso de Morínigo de hacer efectiva la decisión adoptada el día lunes 13 de enero de 1947 (dos días después pues era sábado). En ese lapso entre ambas fechas, el domingo 12, con acuerdo entre el presidente Morínigo y referentes principales del Partido Colorado, deciden dar el golpe al día siguiente con el apresamiento de todos aquellos que votaron por la institucionalidad y el retorno nuevamente a un Gobierno militar de transición.
Efectivamente, el lunes 13 de enero se producen los apresamientos con listado ya elaborado, se nombra como Jefe de Plaza al Cnel. Carlos Montanaro (colorado), y con la total adhesión y apoyo del Tte. Cnel. Enrique Giménez, Comdte. de la la. División de Caballería de Campo Grande, se hace efectiva la traición. Así se cumple el golpe del 13 de enero, fecha en que se concreta la injerencia partidaria del coloradismo en los asuntos castrenses, creando la crisis detonante del 7/8 de marzo de 1947.
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24 DE JULIO DE 1946.
Constitución del nuevo Gabinete de Coalición,
integrado por representantes del Partido Colorado,
de la Concentración Revolucionaria Febrerista
y de las Fuerzas Armadas, en la siguiente forma:
Relac. Exteriores: Dr. Miguel Ángel Soler (Febrerista)
Hacienda: Don Natalicio González (Colorado)
Educación: Don Guillermo Enciso Velloso (Colorado)
Obras Públicas: Don Federico Chaves (Colorado)
Salud Pública: Dr. José Soljancic (Febrerista)
Ganadería e Industria y Comercio: Dr. Arnaldo Valdovinos (Febrerista)
Defensa Nacional: Gral. Amancio Pampliega
Interior y Justicia: Gral, Juan Rovira Intendente
Municipal: Dr. Mario Mallorquín (Colorado)

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Todos estos hechos debidamente documentados y profusamente informados, serían de mi conocimiento a mi regreso de Bolivia; la lectura de ellos hizo que inmediata mente pudiera evaluar lo difícil de la situación y el ambiente enrarecido en el que debía iniciar mi vida castrense, ya como oficial del Ejército paraguayo.
Dentro de ese período, considero el año de 1946 el más pródigo en acontecimientos muy directamente ligados a los antecedentes cercanos al 8 de marzo del 47, en el que se incluye lo acontecido el 9 de junio en la Primera División de la Caballería, y que comienza a ser el "fósforo" que se arrima a la mecha, que sin duda ya estaba fabricada.
De los varios textos e informes recabados y de conversaciones que sobre el tema realicé, considero que los libros del Tte. Cnel. de E.M. S.R. don Alfredo Galeano, "Recuerdos y reflexiones de un soldado" y el Capitán Caballería Federico Figueredo "Adiós a mi carrera", a todas luces son los que mejor relatan lo que iba sucediendo ese año, por sus privilegiadas ubicaciones dentro de los mandos de la Caballería.
Volveré a usar el libro del Cnel. Alfredo Galeano, en lo referido a la constitución del gobierno provisional de la Revolución, la conformación de los mandos y otros esclarece dores datos que desde su ubicación de Jefe de Estado Mayor de la Revolución y de los apuntes, evidentemente realizados por su personalidad ordenada y profesional, darán el panorama más claro y preciso de esos detalles.
Hoy ya fallecido, quiero significar lo mucho que me sirvieron en los últimos años de su vida, las conversaciones que sobre el tema Revolución mantuvimos y el placer que tuve de leerlo en el libro, que resultó altamente esclarecedor por haber sido escrito por un privilegiado ocupante de uno de los cargos más importantes y trascendentes dentro de la estructura, tanto antes como durante y después de la Revolución, el de Jefe de Estado Mayor del Ejército Revolucionario de Concepción.
Reinsertado ya en la vida cotidiana, en el mes de octubre de 1946, asumo la primera obligación que me imponía el hecho de estar regresando de una misión de estudios en el extranjero, y por tal motivo, en compañía de mis camaradas -ya oficiales con el diploma del Ejército boliviano con fecha posdatada 19/12/46, que correspondería a la remesa de ese año-, nos presentamos al Jefe de Estado Mayor de las FF.AA., quien luego de recibirnos en una breve audiencia en la que se brindó un somero detalle de nuestra gestión, dispuso nuestra comparecencia al Segundo Departamento -de Personal-, donde se oficializó nuestro reintegro a las FFAA. nacionales.
Igualmente recibimos la orden de presentarnos al director de la Escuela Militar, entonces el Cnel. Chávez del Valle, quien nos recibe y determina por la vía correspondiente nuestra afectación al Cuerpo de Cadetes, pero ya con el grado de subteniente, y cada uno en el arma que le correspondía. El coronel Chávez del Valle, distinguido militar excombatiente de la guerra del Chaco, condecorado por su brillante actuación, y que a más de ese atributo exhibía los de una acrisolada honestidad y capacidad profesional, que lo hacían un jefe apreciado y respetado dentro del estamento castrense, había sucedido al general Andrés Aguilera en la dirección de la Escuela Militar.
Coincidentemente estaba finalizando el año lectivo de la Escuela Militar y se hacían los preparativos para el reglamentario TERRENO de fin de año, que es el evento en el que se ponen en práctica, mediante maniobras, las enseñanzas recibidas durante el año y que de su resultado dependen, especialmente para los cadetes del último curso, las notas finales en el área de Instrucción Militar, que promediadas con las de las asignaturas civiles (equiparadas a las del Bachillerato Humanístico) determinan el promedio de cada cadete, y la antigüedad que como oficial le correspondería dentro de esa remesa.
Participamos con entusiasmo y alborozo, estábamos nuevamente con nuestros camaradas en los preparativos, y nos aprestamos a acompañar a la Escuela Militar en una marcha de Infantería con destino a Itacurubí de la Cordillera.
El desplazamiento se desarrolló dentro de los parámetros establecidos, con los tiempos por etapas programados y las instrucciones que como complemento brindaban los oficiales de planta a cada una de sus unidades. La primera etapa terminó en Caacupé, donde se establecieron los vivacs y se tuvo un reparador descanso (no se debe olvidar que cada cadete era portador del equipo reglamentario de campaña, que en su totalidad con el fusil incluido rondará los 30 Kg. de peso, que con el correr de los kilómetros, las ampollas, se hace bastante cansador, pero nadie hace tan siquiera mención de ello, factor importante en la calificación de ESPIRITU MILITAR).
Al día siguiente, con las primeras luces del alba, luego de un suculento cocido con leche y la apreciada galleta cuartel como desayuno, se levantó el campamento y se dispuso una marcha a ritmo forzado y con un solo descanso inter-medio hasta la ciudad de Itacurubí, cometido que se cumplió con normalidad, arribando a dicho pueblo en horas de la tarde.
Estando acampados en la ciudad, en el predio de la Escuela Nacional de dicha comunidad, se produjo un hecho que vendría a poner al descubierto una situación que sería ya una constante en nuestra breve vida castrense.
Como inicio de un plan preestablecido por el Gobierno del Gral. Morínigo, y ya en connivencia con el Partido Colorado, procedió a la movida solapada de jefes de las FF.AA., y de marcado sentimiento y conocimiento institucionalista, pues, reemplazando a los jefes de la línea institucional por otros no sólo adictos al Gobierno sino que también presentaran en su currículum una marcada y manifiesta raigambre colorada, empezaba la partidización de las FF.AA.
Como corolario de esta situación, el Director de la Escuela Militar, coronel Francisco Chávez del Valle, quien encabezaba las maniobras mencionadas y por consiguiente radicado en Itacurubí, recibió una orden del Comando en Jefe de presentarse a dicha superioridad en el más breve tiempo posible, y por la misma se le ordenó transferir el cargo al coronel Carlos Montanaro, a la sazón Jefe de Estudios de la Escuela Militar.
Entendiendo la oficialidad joven que esta disposición marcaba un claro y arbitrario manejo interesado en la conformación de nuevos mandos partidarios del presidente Gral. Morínigo y su camarilla, deciden en mayoría realizar en horas de la noche de ese día una reunión para evaluar lo delicado de la situación y las implicancias que de ella devendrían, se convocó a todos aquellos que de una u otra forma se habían manifestado a favor de la institucionalidad castrense, dejando de lado a muy pocos que no compartían estos sentimientos.
La reunión se llevó a cabo a las 22 horas aproximadamente, con la mayor discreción posible, y en la misma se evaluaron los acontecimientos que comenzaban a desarrollarse y que a las claras indicaban que no se trataba de un hecho aislado sino que respondía a metas claras y precisas que se habían fijado de parte del Gral. Morínigo.
La sucesión de hechos posteriores, el 13 de enero con sus secuelas de desplazamiento de otros jefes de grandes unidades, no harían más que confirmar nuestras acertadas presunciones.
Se debatió en esa reunión la conveniencia o no, ante la consumación de un hecho arbitrario, de adoptar una posición firme oponiéndonos al siguiente día, a la asunción del coronel Montanaro, y solicitar el retorno del coronel Chávez del Valle al mando que por derecho le correspondía. Luego de un prolongado debate, en el que se evaluaron los pro y los contra que esa actitud podría producir y las consecuencias que de ello sobrevendrían, a pesar de casi un consenso afirmativo, el oficial de mayor jerarquía que participaba en la reunión y que la dirigía, en una exposición serena y clara, destaca la nobleza de los sentimientos en apoyo del coronel Chávez del Valle y la justicia de nuestra petición, pero recalca también muy significativamente, que sería una acción que si bien conllevaba un hondo sentimiento de respeto a la institucionalidad, paralelamente con nuestra acción estaríamos rompiendo esa misma premisa de respeto, a la vez que involucraríamos a una institución educativa en un acto de rebeldía y consecuente con la posibilidad de un enfrentamiento armado con camaradas militares que pudieran aceptar, por mezquinos intereses, esa conducta artera y dañina del Gobierno de turno.
Ante este planteamiento y la racionalidad del mismo, fue descartada la exigencia que en principio se había acordado, hecho que si bien tuvo su lado negativo en el desarrollo de acciones posteriores, dejó sentado y marcado un compás de espera, antes que comprometer al Cuerpo de Cadetes, que se cubriera de gloria en la contienda chaqueña, dejando así la imagen prístina disciplinada y respetuosa de una institución muy cara al respeto de la ciudadanía civil y al cariño de los que de ella egresaron a través de los largos años de vida ejemplar dentro de las Fuerzas Armadas.
En conocimiento de lo que sucedía, la Artillería (Paraguarí) conformó una pequeña delegación de oficiales comandada por el Tte. Mario Galeano, que asistió a las deliberaciones de Itacurubí, llevando el apoyo de la unidad para lo que resolviera, todo realizado dentro del mayor "top secret", demostrando el alto grado de identificación con la institucionalidad.
Qué diferente actitud adoptaría unos meses después el coronel Montanaro, cuando sacó a los cadetes de la Escuela Militar y los empeñó en una acción armada en contra de la Policía, qué diferentes sentimientos e intereses se comprueban a la luz de estos acontecimientos tan dispares.
De aquel acto referido precedentemente (el relevo del coronel Chávez del Valle), se irán sucediendo hechos y situaciones que enfrentarían a dos posiciones diametralmente opuestas en el seno de las FFAA., por un lado los de clara e inquebrantable fe y conducta institucionalista, y la otra movida por bastardo interés de mando hegemónico, y que la convertirían en una guardia pretoriana del mandamás de turno y que habrían de determinar el enfrentamiento armado de marzo del 47, y lamentablemente y en definitiva, la posterior instalación de un Ejército sectario y partidista, que tanto daño y dolor causó a nuestro pueblo y que aún sigue siendo motivo de zozobra e intranquilidad ciudadana.
Se produjo en Itacurubí nuestro primer contacto con la realidad ya insoslayable de malestar y los negros nubarrones, que por ambición de poder y otras prebendas iniciaba el Gobierno bajo la conducción ladina del general Higinio Morínigo, el principal y tal vez único responsable militar del inicio de una era de negación de la institucionalidad del país, y que comenzó a envilecer la dignidad de los jefes y oficiales de las FF.AA., y por permeabilidad a todos los componentes de ella, que acompañaron posteriormente a la instalación de una dictadura que en ese entonces comenzaba a gestarse, y que tuvo, con el ascenso al poder del Gral. Stroessner, su más larga y nefasta continuidad, basada en un principio de trilogía -gobierno, partido político y FFAA.-, que con persecuciones, destierros y muerte minó las bases mismas de la sociedad paraguaya.
Volviendo al desarrollo de las maniobras de Itacurubí, las diversas etapas de antemano programadas para cada arma o especialidad se fueron cumpliendo sin inconvenientes, hasta llegar finalmente como cierre a la maniobra de clausura que realizaba el Cuerpo de Cadetes en pleno. Esta "finalísima" contaba con la presencia de las más altas autoridades castrenses nacionales, agregados militares extranjeros, jefes y componentes de las misiones de Brasil y Argentina, que entonces estaban acreditadas en el país como asesores militares, la primera en la rama del Ejército y la segunda en la de la Marina.
Estos ejercicios de combate se realizaron con proyectiles reales de las armas de infantería, fusiles, ametralladoras, morteros y de artillería, con el fin de medir el grado de precisión en los disparos, la coordinación de ellos y adaptar al combatiente al desplazamiento en las progresiones de la Infantería en un "simulacro" muy cercano a una eventual realidad de combate.
Un hecho anecdótico: como el escenario elegido para la maniobra abarcaba variados tipos de terreno, se escalonaron las unidades de acuerdo a su función específica, sobre la ruta que une esta localidad con los pueblos de Santa Elena-Mbocayaty.
ler. escalón combatiente, la Infantería.
2do. escalón de apoyo, unidades de Morteros.
3er. escalón de apoyo, la Artillería.
El terreno a partir de los escalones de apoyo -(Artillería y Morteros) ubicados en la ribera anterior y posterior del río Yhaguy- va en ascenso, llegando a una distancia de 500 metros a su mayor elevación, a la que sigue una contra pendiente en bajada, tal vez de igual dimensión, y luego una breve planicie a cuyo fondo se encuentra una zona boscosa. Esa zona era la de "posibles enemigos" y sobre la cual la artillería y los morteros debían ablandar las defensas y bajo ese fuego debía darse luego la marcha de aproximación y posterior asalto de la infantería, para lo cual ya debían cesar los tiros de apoyo. Todo listo para el ejercicio, se ubican las autoridades asistentes en el punto de mayor elevación, para apreciar el desarrollo de la maniobra y calificar los aciertos y desaciertos.
A la orden de inicio, por los teléfonos de campaña de esa época, abrió fuego la batería de artillería, cuyos disparos por elevación debían sobrepasar a las piezas de morteros, posición en la que yo me encontraba, hacerlo sobre el puesto de observación de los "calificadores", e impactar a 1.000 metros en la supuesta línea enemiga. Pero entre el estruendo de disparos de las piezas de artillería, imprevistamente escuchamos un ruido diferente y raro del proyectil, que a baja altura pasaba sobre nuestras cabezas y fue a hacer impacto en la pendiente de enfrente, donde rebotó y pasó casi tocando las cabezas de los observadores. Como es lógico, más de uno hizo un "ágil cuerpo a tierra". La maniobra siguió y finalizó dentro de las expectativas creadas. Nunca supe cómo influyó en las calificaciones del Cmdte. de la Batería de Artillería, Tte. César Spezzini, oficial de planta de la Escuela Militar.
Con el correr de los años, ya en la vida civil, nos encontramos con Spezzini integrando el M.I.M. (Movimiento Institucionalista Militar), pero recientemente, en un almuerzo de fin de año, desgranando temas del pasado, rememoró dicho caso, y escuchando cuanto yo relataba junto a otros componentes de la "rueda", intervino para recordarme su participación en dicho suceso y explicar cómo había sucedido.
Los tiros de artillería y morteros se efectúan utilizando métodos de jalonamiento, mediciones y otras medidas conexas, pues el blanco queda oculto por el terreno, a uno de "los pieceros", al observar con los elementos adecuados para determinar la elevación y la distancia y consecuentemente la trayectoria del proyectil, se le había escapado en la observación que una pequeña rama colgaba de un árbol, delante de la pieza de artillería, en la trayectoria del proyectil. Al producirse el disparo, la rama modifica no sólo su trayectoria, sino el eje sobre el cual gira, hecho que originó un bamboleo en su desplazamiento produciendo un sonido, que podríamos comparar al de un avión a chorro semiaveriado, en vez del sonido normal, hecho que generó la situación precedentemente descrita.
Volviendo al eje central de nuestra historia, digamos que en el lapso comprendido entre la Primavera Democrática a mediados del año 1946 y los hechos que aquí se relatan, se fueron sucediendo situaciones que de alguna manera enturbiaron el panorama político, derivado ello en el incumplimiento, por parte de Morínigo, de los compromisos contraídos con la ciudadanía y para los cuales los jefes institucionalistas habían empeñado su palabra. Se hacía evidente que el cogobierno -ANR y Partido Febrerista- se estaba desintegrando y que el Partido Colorado, que había accedido a él después de muchísimos años en la "llanura política", no desaprovecharía esta ocasión para con los tejes y manejes propios de los políticos, encaminar su esfuerzo de convertirse en gobierno definitivamente con la complacencia y ayuda del dictador en ciernes, el presidente Gral. Morínigo.
Esta evidente línea de conducta, trazada por la autoridad partidaria de la ANR, plantaba un jalón más en su maniobra de copamiento de, no sólo los cargos civiles dentro del Gobierno, sino la introducción en los mandos superiores de las FF.AA., a jefes leales a ellos y de connotada raigambre colorada.
Este acto, sin mucha trascendencia aparente, se verá más adelante, eran los prolegómenos de un enfrentamiento solapado entre los jefes, Montanaro y Stroessner, que terminaría cuando el primero de los nombrados fue desplazado de los mandos de las FF.AA. y premiado con un "exilio dorado", siendo nombrado embajador en la República de Venezuela, cargo que desempeñó durante largos años y del que una vez alejado por reemplazo, le obligó a desvincularse de la esfera gobernante dejando de tener protagonismo.
Un amigo, el Dr. Oscar Banks, radicado durante muchos años en Venezuela, compartiendo una amistad y vida social con el referido Cnel. Montanaro, me relató muchos años después, que, según versión del referido militar, la enemistad y el enfrentamiento con Stroessner se produjo como consecuencia del incumplimiento de lo pactado con el nombrado precedentemente, quien le había prometido que de acceder al poder y ser nombrado presidente, en un período posterior le cedería el cargo, o sea habría una alternancia en el poder.
La historia es clara en demostrar que subido al podio de los "vencedores", si así puede llamarse al hecho de usurpar el poder, nadie quiere bajarse, y esa premisa se cumplió y largamente, para desgracia de 35 años en la vida de la Nación.
Terminadas las maniobras, sin otro hecho que destacar, regresamos a Asunción, a la sede de la Escuela Militar, y se clausura el año lectivo. Nuestra remesa recibió el nombre de Cnel. Eugenio Alejandrino Garay, héroe de la guerra del Chaco y ejecutor de la toma de Yrendagué, batalla que cambió el curso de la historia chaqueña y marcó el comienzo de la debacle boliviana.
Felices de convertirnos en jóvenes oficiales del Ejército paraguayo, pero intuyendo que nos veríamos en la disyuntiva de optar por la institucionalidad o la partidización colorada de las FFAA.
Optamos por la primera y enfrentamos la lucha, convencidos de la dignidad y justicia de nuestra postura, lo que puso punto final a nuestro breve paso por las tan queridas y hasta entonces respetadas FFAA.
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Fuente: EL ESTALLIDO DE UN IDEAL. CONCEPCIÓN - REVOLUCIÓN DEL 7/8 DE MARZO DE 1947 por SUB.TTE.INF. MIGUEL GONZÁLEZ VIERCI, REGIMIENTO DE INF.I “2 DE MAYO” NARRACIÓN AUTOBIOGRÁFICA. Arandurã Editorial, Asunción-Paraguay, mayo 2008 (2ª edición)(1ª Edición, febrero 2007).
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